La madrugada del 13 de junio quedará registrada como un momento clave en el reacomodo de poder en Medio Oriente. Israel lanzó una ofensiva directa sobre objetivos estratégicos en Irán, argumentando que la amenaza nuclear había cruzado un punto crítico. No se trató de una acción de represalia, sino de un ataque anticipado, planificado y de alto impacto, que reconfigura los márgenes de la disuasión en la región.
La respuesta iraní no se hizo esperar. A través de ataques con drones y misiles, acompañados de declaraciones de firmeza, Teherán confirmó lo que muchos advertían: la tensión acumulada durante años estaba a punto de desbordarse. El conflicto, que por décadas se manejó en la sombra mediante actores intermediarios, ha pasado ahora al plano frontal, con consecuencias potencialmente globales.
En este escenario, la comunidad internacional enfrenta un desafío mayor: la pérdida progresiva de los mecanismos tradicionales de contención. Las instituciones multilaterales reaccionan con comunicados, pero sin capacidad efectiva de intervención. Las potencias, por su parte, juegan sus propias cartas con cautela: Estados Unidos reafirma su apoyo a Israel, Rusia observa en silencio y China redobla su discurso de neutralidad estratégica.
Más allá del epicentro geográfico, los efectos comienzan a sentirse en otras latitudes. El alza en los precios del petróleo, la volatilidad en los mercados financieros y el aumento del riesgo geopolítico son indicadores claros de que la confrontación ya trasciende el ámbito militar. En un mundo interconectado, ningún conflicto de esta magnitud se mantiene local.
México, como actor responsable en el escenario internacional, debe asumir su papel con claridad. Nuestra vocación por la paz y la solución diplomática de las controversias no puede limitarse a la retórica. Es momento de fortalecer los canales multilaterales, apoyar la mediación internacional y alzar la voz por el respeto al derecho internacional, sin ambigüedades.
Lo que se discute en este conflicto no es solo la legitimidad de un ataque preventivo, sino la vigencia de los principios que rigen el orden mundial. Si se normaliza que cualquier Estado pueda anticiparse con fuerza militar a lo que considera una amenaza futura, la estabilidad internacional se vuelve aún más frágil.
Israel e Irán han cruzado un nuevo umbral. La pregunta ahora es si el mundo tiene la capacidad —y la voluntad— de evitar que este conflicto se convierta en una guerra sin retorno. México, como nación con principios, debe observar con inteligencia, pero también con responsabilidad.