A través de los vastos procesos del tiempo, durante el último máximo glacial, hace unos 20 mil años, se gestó uno de los vínculos más profundos y duraderos entre especies: la domesticación del lobo (canis lupus), lo cual dio origen al perro doméstico (canis lupus familiaris). Este proceso no es simplemente una hazaña de control o utilidad práctica; fue, ante todo, un acto de coevolución, una transformación conjunta entre humanos y cánidos, marcada por la simbiosis, la colaboración y la supervivencia mutua.
Con el paso del tiempo, los perros han sido moldeados por distintas culturas y en cada contexto han adquirido una función simbólica específica; son el resultado de siglos de mezclas genéticas, de adaptaciones a distintos entornos y de relaciones (a veces negligentes, otras entrañables) con los seres humanos.
La historia del perro es también, en gran medida, la historia del ser humano. Su domesticación fue uno de los primeros grandes actos de intervención humana en la naturaleza, y por eso, su destino también nos pertenece. Cuidarlos, respetarlos y reconocer su valor histórico es un acto de memoria: ellos son vestigios vivos de un proceso que habla tanto de nuestra capacidad de transformar el mundo como de formar lazos con otras especies.
No obstante, si bien es importante reconocer las razas endémicas y su valor cultural, como el caso del perro de origen prehispánico mexicano: el xoloitzcuintle, en su dualidad con y sin pelo, además de sus variantes: bermejo, mariposa, etc.; es preciso comprender que todos los perros, sin importar su apariencia, condición o linaje, son igualmente valiosos. Incluso aquellos que no tienen raza definida, los mal llamados “callejeros” o mestizos, forman parte del mismo legado histórico y cultural que dio origen al perro como especie. Son tan patrimonio como cualquier otro, porque su existencia también es fruto del proceso de domesticación y de la relación íntima entre humanos y animales a lo largo del tiempo; un testimonio biocultural.
Desde esta perspectiva, un perro “callejero” no es un animal “sin historia” o “sin valor”, es la prueba de cómo, incluso sin una crianza selectiva, la especie sigue viva, adaptándose y coexistiendo con nosotros.
Todos los perros, con o sin raza, son patrimonio biocultural de la humanidad, porque no existirían si no fuera por el largo proceso biológico, histórico y cultural que los creó.
Retomando el ejemplo mesoamericano, la relación entre los seres humanos y el perro fue profundamente simbólica. En la cosmovisión prehispánica, el perro era el encargado de guiar a los muertos en su tránsito por el Chiconahuapan, un estrato acuático del inframundo, durante su viaje hacia el Mictlán. Se creía que, si en vida se les había tratado mal, estos animalitos se negaban a cruzar al difunto hacia su destino final, parándose “de patitas” en señal de protesta.
Así que…Usted todavía está a tiempo de garantizar su buen camino al mundo de los muertos: ¡Salve su alma y adopte un perro!
“La historia del perro es también, en gran medida, la historia del ser humano”...
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