El triunfo de Donald Trump en 2016 marcó el inicio de un giro global hacia gobiernos que, prometiendo certezas, han debilitado las democracias desde dentro. Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. Líderes como Viktor Orbán en Hungría han usado los sistemas democráticos para consolidar su control sobre instituciones clave. En Italia, Giorgia Meloni lidera un gobierno que cuestiona los valores progresistas de la Unión Europea, mientras que Polonia restringe derechos básicos como el aborto y debilita su independencia judicial. En Francia, aunque Marine Le Pen no ha llegado al poder, su discurso ha empujado a las fuerzas políticas hacia posturas más rígidas.

El verdadero problema, sin embargo, no son solo estos líderes, sino el creciente desinterés de los votantes más jóvenes por la democracia. Un estudio de Open Society Foundations reveló que solo el 57% de los jóvenes de entre 18 y 35 años considera la democracia como el mejor sistema de gobierno, frente al 71% de los mayores de 56 años. En Estados Unidos, una encuesta de NBC News mostró que el 70% de los votantes jóvenes desaprueba el manejo de la política exterior del presidente Joe Biden, lo que evidencia un desencanto más amplio con el sistema democrático.

¿Por qué ocurre esto? Tal vez porque hemos fallado en transmitirles el peso de las luchas que moldearon el mundo democrático. En 1968, los jóvenes encabezaron movimientos que enfrentaron a gobiernos opresivos con un costo altísimo. En México, los estudiantes que exigieron justicia social enfrentaron la brutalidad del Estado en la masacre de Tlatelolco. En Checoslovaquia, la Primavera de Praga fue aplastada por la invasión soviética, sofocando sus aspiraciones de un socialismo democrático. En París, el Mayo Francés canalizó la frustración de una generación contra un sistema que perpetuaba desigualdades y autoritarismos.

Estas historias no son mitos heroicos ni reliquias del pasado. Son advertencias. La democracia, imperfecta como es, no es un regalo eterno. Se desgasta lentamente con cada acto de indiferencia y con cada excusa para justificar el silencio.

Las democracias están siendo desafiadas por una mezcla de desinformación, desconfianza y desesperanza. Pero si algo nos enseñaron los movimientos del pasado es que los derechos no se preservan solos. Dependen de la participación activa, del compromiso constante y, sobre todo, de no dar por sentado lo que generaciones anteriores tuvieron que luchar por conseguir.

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