Inmersos en el ruido de motores y cláxones, pregones de vendedores ambulantes y la algarabía típica del , Víctor Ariosa y su marioneta Morionet difunden un peculiar arte que deja boquiabierto a más de uno.

Se trata de un performance que surgió en Cuba hace un par de años, mismo que huyendo de la situación económico-política en el gobierno del presidente se vio obligado a cruzar el Caribe para, ahora, subsistir a base de propinas, aplausos y risas que les dejan decenas de espectadores en calles y plazas de barrios históricos de la Ciudad de México como San Ángel, Coyoacán y el Centro, mientras pasan seis años de los ocho que el artista cubano, asegura, tiene como castigo tras salir ilegalmente de la isla.

“Este proyecto nació en pandemia, lo puse en práctica como un año, pero se desarrolló acá en México porque me fui de Cuba por el problema económico que hay, es una dictadura. Acá al principio fue difícil, tuve que hacer otros oficios como buen migrante, pero uno se va adaptando y acostumbrando”, asevera el artista visual que trabaja con títeres desde hace 18 años.

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Morionet toma uno de los pinceles y cadenciosamente, al ritmo de la música, plasma una obra de arte que es admirada por los transeúntes. Foto: Paola Reyes / EL UNIVERSAL

Con lienzos en blanco de 20 por 25 centímetros, pinturas de acrílico, pinceles y otra variopinta de artefactos, cerca del mediodía Víctor llega desde Coyoacán en Metro al corazón de la capital y alista el show que ofrecerá casi frente al Palacio de Bellas Artes.

Después de un breve almuerzo, el artista originario de La Habana saca detrás de bambalinas, que se limitan a un morral verde oliva, a un muñeco de madera de cedro y cuerdas que él mismo diseñó y talló; lo llama Morionet, en homenaje al artista francés Claude Monet.

“Morionet es como una combinación de la palabra marioneta que también ligué a nombres de los artistas que a mí me gustan, personajes que hacen algo de impresionismo (…) pintar con el títere se me ha hecho bien complicado, pintar desde arriba y usar otro elemento para plasmar, me es difícil y bien interesante”, agrega Víctor, quien confiesa que llegar a México le facilitó poder desenvolverse más en las artes, en gran medida porque es más accesible comprar los materiales para practicar, situación que en su nación “es prácticamente imposible”.

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El tercer y último llamado llega en paralelo a que la marioneta dirigida por el hombre que por cuatro años estudió artes escénicas en su país, abre el acto tomando uno de los pinceles y cadenciosamente al ritmo de salsa, merengue, rock and roll o bachata, que salen de una bocina conectada a un teléfono celular, desparrama sobre el lienzo postrado en un diminuto bastidor el colorido arte que deja perplejos a los transeúntes quienes se detienen unos segundos para apreciar el acto; casi instantáneamente sonríen, aplauden la destreza del marionetista e incluso varios aprovechan para grabar videos o tomar fotos.

Al tiempo que con su mano izquierda dirige desde un control de madera los movimientos del títere y mientras con la otra hace posibles los pincelazos que Morionet deja en el lienzo, Víctor cuenta que cuando llegó a México fue apoyado por el Albergue del Artista del grupo de teatro independiente TADECO, en donde halló apoyo y en el que colabora en eventos impulsados por ese taller.

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Sobre una de las banquetas de la avenida Juárez, en donde los fines de semana monta su escenario, el tímido titiritero y su actor principal invitan a su público a que les deje una propina sobre un pequeño recipiente forrado de felpa rojinegra o bien, a comprar alguno de los cuadros que el dueto pinta en unas dos horas y que valen entre 200 y 500 dólares, según la complejidad de la obra.

“Un norteamericano una vez en Coyoacán me preguntó que en cuánto le vendía uno de los cuadros. Yo no tenía ni idea. Le dije que en 500 dólares, aceptó y de ahí ya me doy una idea. Ahora, mis amigos acá me asesoran y me dan ideas y ya de ahí fijo el precio”, agrega Ariosa, quien además asegura que por ahora “trabajo en hacer más pinturas de un solo concepto, por decirlo así, y de ahí las pienso vender así, como series, es lo que me aconsejan mis amistades”.

A sus 38 años, Víctor Ariosa, quien se considera un artista autodidacta, sueña con consolidarse en las artes plásticas, regularizar su situación migratoria en México y espera que los seis años que le quedan del castigo por escapar de la isla pasen pronto para, por fin, volver a abrazar a su hermana y a su madre que lo aguardan en esa parte del Caribe.

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