Sin duda, uno de los asesinatos que más repercusiones y teorías de la conspiración ha generado a nivel mundial es el magnicidio de John F. Kennedy, ocurrido el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, solo 30 minutos después del mediodía. Resulta curioso pensar que uno de los países más poderosos del mundo haya sido incapaz de asegurar la integridad física de sus presidentes, pues JFK fue el cuarto mandatario estadounidense en morir en funciones.

Sobre el magnicidio se han escrito varias teorías conspirativas. Se habla de distintos autores intelectuales, incluso de confabulaciones internacionales que tenían al presidente en la mira. Sin embargo, lo único cierto es que el autor de los disparos que pusieron fin a la vida de JFK fue un joven exmarine que marcó con tinta imborrable su nombre en la historia.

Lee Harvey Oswald disparó a Kennedy desde lo alto de un edificio en Texas, desde donde alcanzaba a ver perfectamente la caravana presidencial. Unos días después, el mismo magnicida cayó muerto por las balas de Jack Ruby, en un hecho transmitido en vivo por televisión a todo Estados Unidos. La Comisión Warren, encargada de la investigación del homicidio de Kennedy, concluyó que ambos asesinos, Oswald y Ruby, actuaron en solitario.

LA MENTE DE UN MAGNICIDA

Los magnicidas —aquellos asesinos de personas de muy alto perfil político o social— tienen una mente distinta al grueso de los homicidas. Pueden dividirse en dos grupos: quienes matan por encargo, como parte de un complot organizado por un grupo sin nombre ni rostro; y los fundamentalistas, jóvenes profundamente marcados por circunstancias externas, considerados mártires o héroes en el seno de su comunidad.

En todos los casos, la juventud es un rasgo común, además de una tendencia a la escritura megalómana. Los magnicidas suelen repetir la intención homicida: asestan más de un golpe o jalan varias veces del gatillo, lo que revela su voluntad expresa de matar y una descarga repentina de furia contra la víctima.

Foto: archivo
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LEE HARVEY OSWALD EN MÉXICO

Uno de los expedientes de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad, en manos del equipo de investigación de El Universal de Hidalgo, registra la presencia del magnicida en nuestro país.

Un documento fechado el 5 de diciembre de 1963 reporta que Oswald entró a territorio nacional el 26 de septiembre con un permiso temporal de 15 días, procedente de Nueva Orleans. Ingresó por Tamaulipas y su salida se reportó el 3 de octubre. Viajó con destino al entonces Distrito Federal en el autobús 516 de Flecha Roja. Durante el trayecto, de aproximadamente 20 horas, conoció a un par de estudiantes australianos con quienes habló de viajes previos a Rusia.

Foto: archivo
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En la Ciudad de México se alojó en la habitación 18 del Hotel Comercio, ubicado en la calle Sahagún número 9, en la colonia Guerrero. En el libro de registro manifestó ser fotógrafo de profesión.

Durante su estancia, Oswald trató de obtener una visa cubana para transitar hacia Rusia. Es decir, entró en contacto con ambos consulados, considerados enemigos de Estados Unidos. Se entrevistó con funcionarios rusos, agentes de la KGB y personal de la embajada cubana. Ambos países le negaron los visados, lo que desató su furia.

Tras estos intentos fallidos, se sabe que Oswald asistió a museos y salas de cine en la Ciudad de México antes de regresar. Agentes de migración lo detuvieron durante algunos minutos por supuestas irregularidades en sus documentos.

Finalmente, Oswald logró salir del país el 1 de octubre, vía la agencia de viajes Transportes Chihuahuenses. Abordó el autobús 332, asiento 12, en la Terminal del Norte.

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