El zumbido es constante. Casi ensordecedor. Pero aquí, entre árboles altos y tierra húmeda, suena como música viva.
Enfundada en un traje blanco que recuerda al de los astronautas, con guantes gruesos y una red que protege el rostro, Elizabeth Basilio abre con cuidado una caja de madera. Adentro, cientos de abejas exploran un panal en forma de hexágono perfecto. Apenas perturbadas por el humo que adormece su vuelo, estas diminutas pacientes están por comenzar una nueva etapa.
Basilio y su equipo, tres médicas veterinarias especialistas en abejas, caminan entre más de 50 colonias distribuidas en un terreno de la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural (Corenadr). Ahí, en lo que llaman el “apiario de rehabilitación y cuarentena”, se ubica el único Hospital de Abejas de la Ciudad de México. Un espacio donde enjambres urbanos rescatados tienen una segunda oportunidad
“Cuando una colonia llega, le damos alimento, tratamiento contra enfermedades y si es necesario, cambiamos a la reina por una europea para reducir el nivel de defensividad. Después de unas tres semanas, las entregamos a apicultores”, explica Elizabeth con la calma de quien ha salvado cientos de vidas aladas.
Los pacientes de este hospital no llegan en ambulancia, sino en cajas de madera con orificios, traídos desde marquesinas, patios escolares, ventanas de oficinas o árboles urbanos. La mayoría de los casos empieza con una llamada al 911. Ahí, el Heroico Cuerpo de Bomberos, capacitado por Corenadr desde hace tres años, evalúa el reporte y, si se confirma que se trata de un enjambre o una colonia establecida, se activa el protocolo de rescate.
“El problema es que muchos intentan deshacerse de ellas antes de que lleguemos. Les avientan piedras, agua con jabón, incluso fuego. En un caso, unos niños les dieron pelotazos a un enjambre”, relata Elizabeth con pesar.
La mayoría de estos insectos no son agresivos, aclara. Son defensivos. “Si no las molestas, no te pican. Pero si pican, mueren. Por eso sólo atacan si sienten una amenaza real. No quieren morir, quieren vivir”, insiste.
Una vez rehabilitada, cada colonia es entregada, sin costo, a apicultores urbanos registrados, quienes reciben también el cajón que sirve como nuevo hogar, con un valor comercial de hasta 5 mil pesos. Esto representa un doble beneficio: se salva la vida de las abejas y se fortalece la producción apícola en la capital.
Humberto Adán Peña, director general de Corenadr, explica que esta estrategia busca cerrar un círculo virtuoso: rescatar abejas de zonas urbanas, entregarlas a productores locales y proteger el suelo verde donde puedan pecorear. “Sólo 5% de la miel que consumimos en la CDMX es local. Queremos subir esa cifra a 40% y fomentar el consumo directo con los apicultores”, afirma.
Hoy existen cerca de 800 apicultores registrados, pero la meta es llegar a 4 mil antes del fin de la administración. “Queremos que los jóvenes vean que la apicultura no sólo es una actividad productiva, también es una forma de cuidar al planeta”, dice Peña.
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Alrededor de 80% de los alimentos que consumimos dependen de la polinización. Sin abejas no habría manzanas, aguacates, café ni alimento para el ganado. Y sin flores, tampoco habría miel.
El mayor enemigo de las abejas hoy no es el oso de las caricaturas, “sino el cambio climático, los pesticidas y la ignorancia”, advierte Elizabeth. “Mucha gente piensa que unas abejas muertas no importan, pero cada una realiza miles de visitas a flores. Cuando muere, se pierden frutos, se pierde equilibrio ecológico. Se pierde vida”. Las urbanizaciones sin jardines, los pesticidas, las superficies pavimentadas sin vegetación, todo contribuye a que las abejas busquen azúcar artificial en refrescos, pan o nieve. Sin alimento natural, deambulan en enjambres que asemejan nubes vulnerables.
Por eso, desde Corenadr se promueve también la creación de jardines polinizadores y la educación en las escuelas. “Para cuidar algo, primero hay que conocerlo. Si los niños ven una abeja, la escuchan, la entienden, no van a querer matarla”, recalca Elizabeth Basilio.
El zumbido le recuerda su misión, mientras sostiene un bastidor de cera rebosante de vida. Recuerda, como también lo saben sus compañeras, que “si ellas desaparecen, tarde o temprano, también desapareceremos nosotros”.
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