En la negra historia del Estado mexicano moderno contra los grupos guerrilleros u organizaciones sociales opositoras al régimen, se barajan varios nombres de triste memoria: Fernando Gutiérrez Barrios, Arturo Durazo Moreno y Miguel Nazar Haro; sin embargo, uno de los nombres que poco se citan pero resultó despiadado es el de Francisco Sahagún Baca, señalado por el Estado mexicano como extorsionador, torturador y asesino en las décadas de los 70 y 80.
Sahagún Baca fue la mano derecha de otro oscuro personaje como lo fue Arturo Durazo Moreno. Son varias las voces que han manifestado que ambos se sirvieron de su poder en la Dirección de Policía y Tránsito del Distrito Federal, para desde ahí organizar grupos de asaltabancos y secuestradores a los que brindaban protección a cambio de altos porcentajes de las ganancias obtenidas delinquiendo.
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Sahagún Baca encabezó una de las direcciones policíacas más temibles y terribles de la historia: la Dirección para la Investigación y Prevención de la Delincuencia (DIPD), de la cual se desprendió el grupo de Los Jaguares, auténticos maleantes entrenados para perseguir y aniquilar movimientos y organizaciones sociales.
La DIPD tuvo a su cargo la persecución de chavos banda de los años 70 y 80. En los expedientes de la Dirección Federal de Seguridad consta la constante disputa entre la pandilla de Los Panchitos y el grupo porril Unión de Vagos Anónimos, en las que en varias ocasiones intervinieron Jaguares de la DIPD para amedrentar, encarcelar y desaparecer a pertenecientes de estas organizaciones.
Durante los 6 años que la encabezó, las órdenes dictadas por Sahagún Baca no se discutían. La confrontación que tuvo con los integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre llegó a niveles superlativos. La tortura y desaparición de las que eran objeto los jóvenes guerrilleros se llevaban a cabo en los sótanos del viejo edificio ubicado en Tlaxcoaque, en la Ciudad de México. Los integrantes de la Liga sufrieron diversas violaciones a los derechos humanos. Versiones periodísticas de la época versaron sobre la posibilidad de que Durazo y Sahagún tuvieran una especie de panteón particular en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla.


En el ocaso de su mandato, Sahagún Baca firmó como tétrica carta de despedida el homicidio de una banda de asaltabancos compuesta por una docena de sudamericanos que fueron hallados flotando en las aguas negras del Río Tula. De inmediato se corrió la versión de que los Jaguares de la DIPD y su líder Sahagún Baca fueron los autores de la masacre, pues los asaltantes resistieron la tortura que se les aplicó en Santa Martha. Tardaron en confesar dónde ocultaron un botín de 120 millones de pesos. La masacre dejó marcado para siempre al río.
Entrada la década de los 80, Miguel de la Madrid toma la decisión de desaparecer a la DIPD tras el escándalo de la banda de secuestradores del exagente judicial Aureliano Rivera Yarahuan, autor del plagio del niño Miguel Ángel Arizmendi en la Ciudad de México. Yarahuan fue asesinado por los Jaguares para que no se mencionara el nombre de Sahagún Baca en las investigaciones.
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Las denuncias contra el jefe de la DIPD llegaron al por mayor una vez desaparecida la dirección. Versiones periodísticas de la época mencionaron que Baca murió debido a la tortura que se le aplicó en su captura; sin embargo, jamás se pudo ver una imagen de los restos o un documento funerario del exmando policiaco. Se dice que el mausoleo construido en Michoacán para reposar sus restos es un elefante blanco que no tiene ningún cuerpo en su interior.
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