Muchos de los líderes mundiales, así como grandes personalidades de la historia en diferentes áreas de la actividad humana, han tenido que pagar un precio muy alto por la notoriedad social que les impone su actividad política o cultural. No son pocos los casos en que ídolos y líderes han encontrado entre las multitudes que los siguen a sus propios homicidas.
La adulación de la masa puede contener en su interior la mano que maneje el arma que termine o ponga en riesgo la vida de los líderes, ya sea como un acto de venganza o como un intento por pasar a la historia de la mano del personaje al que se idolatra. Las grandes personalidades no están exentas del peligro que el descontento y la inconformidad, así como la admiración y el encantamiento, generan.
La historia ha sido testigo de cómo los estrictos controles de seguridad alrededor de los líderes mundiales se ven vulnerados por quienes la criminología ha llamado “magnicidas”, entendiendo por ello a aquellos delincuentes que atentan contra la vida de cabecillas y personalidades en lo más alto de la relevancia mundial.
Así como la psicología criminal se adentra en las mentes de los homicidas seriales y psicópatas, también ha definido las características de quienes atentan contra los caudillos mundiales. Los magnicidas pueden dividirse en dos tipologías: un grupo lo conforman quienes matan por encargo, cuando se trata de un complot planeado y organizado por un grupo sin nombre ni rostro. Otro grupo lo integran los fundamentalistas, jóvenes profundamente marcados por circunstancias externas, que suelen ser considerados mártires y héroes en el seno de su comunidad.
En estos casos de magnicidas, la juventud se ha encontrado como un rasgo en común, con cierta tendencia por la escritura megalómana y tanatofílica. En México, por ejemplo, Mario Aburto escribió en prosa sus delirios de libertador y mesías, e incluso buscó cómo ilustrar con autorretratos sus textos, redactados sin el menor respeto por la sintaxis y la ortografía.
Los magnicidas repiten la intención homicida, ya sea asestando más de un golpe o bien jalando en varias ocasiones el gatillo. Ello muestra no solo la voluntad y decisión de matar, sino también el deseo de descargar toda su furia contenida contra la víctima.
Desafortunadamente, las características antes mencionadas no permiten prever el ataque de un magnicida, pues una de sus mejores armas es moverse entre la multitud y el anonimato que la masa le brinda.
Por otro lado, se vuelve difícil identificar cuándo los atentados contra personalidades notables provienen de algo mucho más armado que un asesino solitario. Cuando detrás del ataque hay toda una maquinaria delictiva funcionando, y su último eslabón es la mano encargada de jalar el gatillo para la ejecución, la delincuencia organizada puede llegar a cometer asesinatos de políticos que, en algún momento, pudieran tomar decisiones en contra de la mafia. Es entonces cuando se recurre a los pistoleros o sicarios, cuyas características fueron enumeradas por Edmundo Buentello en lo que él llama el síndrome del pistolero:
Pueden ser reivindicadores a su modo:
Un caso importante es el ocurrido en Colombia, cuando el narcotraficante Pablo Escobar planeó y ordenó el ataque contra Luis Carlos Galán, ocurrido el 18 de agosto de 1989, poco antes de un evento público electoral en Soacha, Cundinamarca. Algo que pudiera tener ciertas similitudes con el atentado en contra de Miguel Uribe Turbay, precandidato a la presidencia del país cafetalero.
En la Ciudad de México aún se desconoce quién está detrás de los asesinatos de dos cercanos colaboradores de la jefa de Gobierno, Clara Brugada, aunque todo parece indicar que se trata de un homicidio perfectamente planeado por organizaciones del crimen organizado en la capital del país. Es decir, algo muy cercano a un ataque planeado por mandos altos, pero ejecutado por pistoleros a sueldo.
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