El afamado caso de la Casa de los Macetones, después rebautizado mediáticamente como “El castillo de la pureza”, se ha vuelto una referencia obligada en los diversos casos de “encerrados” que han sucedido en México. Aunque la historia parece muy trillada y explotada por diversas industrias culturales como el cine, el teatro y la literatura, siempre hay cabos sueltos que el periodismo encuentra y difunde a pesar de la distancia temporal del caso.
En Expedientes Secretos H, contamos con una serie de documentos inéditos sobre el caso, expedientes que fueron encontrados en los archivos de Lecumberri y que hoy se publicarán por primera ocasión.


LA HISTORIA
El 25 de julio de 1959, la noticia de que un hombre había mantenido en cautiverio a su familia durante 18 años corrió como reguero de pólvora. A los periódicos les llamó la atención la apariencia enferma y retraída de los hijos y esposa de Rafael Pérez, un sui géneris fabricante de venenos para plagas, que se atrevió a poner nombres “no cristianos” a sus descendientes: Indómita, Libre, Soberano, Triunfador, Bienvivir y Evolución. Ellos, sumados a su esposa María Rosa Noé, vivieron en el supuesto encierro durante casi dos décadas.
Supuestamente, los deseos de aislamiento y dominación por parte de Rafael nacieron de los celos enfermizos que sentía cuando los hombres en la calle miraban a su esposa. Entonces decidió que ella y toda su descendencia solo le pertenecerían a él.
Los chismes y rumores sobre la familia Pérez Noé no esperaron. Los vecinos aseguraban que la mayor, Indómita, había sido la culpable del escándalo, que ella fue quien pidió ayuda pues, seguramente, quería andar de enamorada con el de la tlapalería. Otros aseguraban que, al interior de la casa, los hijos mayores habrían tenido encuentros sexuales entre ellos. Lo único cierto es que ninguno de los hijos fue jamás a la escuela, pues sus padres se convirtieron en profesores de todas las áreas. Asimismo, la alimentación de los niños no incluía carne, lácteos ni huevos, pues solamente el jefe de familia tenía permitido tales placeres.
Sobre la figura de Rafael Pérez se escribieron y dijeron cosas verdaderamente increíbles: se habló de un extraño culto lunar que toda la familia debía rendir; los vecinos mencionaron que varias noches se escuchaban detonaciones de armas de fuego provenientes del techo de los Macetones; se dijo que un bien diseñado sistema de espejos permitía a Rafael vigilar cualquier rincón de la morada, e incluso se podía ver a quienes pasaban por fuera.


La consecuencia lógica de la historia de la Casa de los Macetones fue el encarcelamiento de Pérez Hernández en el Palacio Negro de Lecumberri. Veinticinco años fue la condena que nunca se cumplió. Las viejas crónicas policiacas mencionaban que Rafael, el padre vigilante, se quitó la vida en 1972 dentro de las celdas del inmueble, lo cual, con base en los documentos encontrados, es falso.
LOS DOCUMENTOS
La ficha de ingreso de Rafael Pérez Hernández está fechada el 25 de julio de 1959. Los delitos bajo los cuales se llevó a cabo el arresto fueron: amenazas, injurias, secuestro, portación de arma de fuego sin licencia y portación de arma prohibida. Es importante mencionar que, previo a esa detención, Rafael Pérez nunca había pisado la penitenciaría de la ciudad.
Una vez en prisión, las moradas del encerrador fueron el Departamento de Neuropsiquiatría de Lecumberri y la celda 124 de la crujía L donde, de acuerdo con el expediente, permaneció hasta noviembre de 1970, manteniendo una conducta verdaderamente ejemplar en todos los cursos y actividades en las que participó.
Pérez Hernández fue miembro del grupo coral de Lecumberri. También tomó un curso de apicultura, actividades que lo llevaban continuamente a solicitar cartas de buena conducta que utilizó como pruebas de su salud mental en los diferentes juicios, en donde —según él— hacían todo lo posible para hacerlo pasar por loco.
De los primeros delitos, secuestro e injurias, se le dictó libertad el 8 de noviembre de 1960, a pocos meses de su ingreso a la penitenciaría. Sin embargo, continuó en reclusión por el resto de los señalamientos.
Finalmente, como se puede cotejar en los documentos, el Palacio de Lecumberri vio partir a uno de sus habitantes más mediáticos en el mes de noviembre de 1970, once años después de su llegada.
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