El asesinato de un estudiante del a manos de un compañero encendió las alarmas sobre la expansión en México de comunidades , grupos de hombres que se autodenominan “célibes involuntarios” y que, en los espacios digitales, difunden discursos de odio y venganza contra las mujeres.

El 22 de septiembre de 2025, en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur, Jesús Israel N., de 16 años, fue asesinado por Lex Ashton, de 19, con un arma blanca. El ataque también dejó herido a un trabajador de la escuela. En redes sociales, el agresor había compartido mensajes de resentimiento, además de fotografías de cuchillos, gas pimienta y una guadaña.

Pocos días después, Brandon N., estudiante de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), fue detenido tras difundir amenazas de muerte contra sus compañeras y advertir sobre una posible “masacre escolar”. En su cuenta de Instagram se identificaba como un incel.

Un año antes, el 7 de marzo de 2024, Gabriel Alejandro Galaviz, de 20 años, asesinó a Mónica Abigaíl, de 26 años, en un motel de Guadalajara, y horas después a Blanca Lilia y Ana Gabriela, de 37 y 32 años, en el campus de la Universidad Tecnológica de Guadalajara.

En sus redes sociales había publicado fotos con armas blancas y referencias a una masacre estudiantil ocurrida en Brasil en 2019, cuando Luiz Henrique, de 25 años, y , de 17, asesinaron a ocho personas en Sao Paulo. Taucci solía frecuentar foros incels en internet.

El psicólogo Mario Fausto Gómez Lamont, describe los espacios digitales de la comunidad incel como “un lugar donde se proliferan discursos misóginos, de odio hacia las mujeres y hacia hombres percibidos como competidores o sexualmente activos”.

Lamont explica que el término “” fue acuñado en 1997 por Alana, una joven canadiense que creó un espacio en línea para personas con dificultades en las relaciones románticas. La idea original era crear una comunidad de apoyo, pero los foros fueron transformándose en un espacio de violencia y victimización masculina.

Tras el ataque en el CCH Sur, varios planteles de la UNAM enfrentaron paros y desalojos por amenazas de bomba y mensajes anónimos que amenazaban con ataques similares al de Ashton.

La pastilla roja y la pastilla negra

accedió a foros y grupos en redes sociales donde interactúan incels de habla hispana. En ellos se consolidó una jerga propia que refuerza su visión del mundo a través de tres conceptos clave: redpill, bluepill y blackpill.

La redpill (pastilla roja) alude a una supuesta “toma de conciencia” de que las mujeres controlan las posibilidades de entablar relaciones sexoafectivas, son la raíz de múltiples problemas y que los hombres sólo tienen valor si son atractivos. La bluepill (pastilla azul) se usa de forma despectiva hacia quienes no comparten esa visión. La blackpill (pastilla negra) representa la corriente más radical: plantea que el éxito romántico depende exclusivamente de factores genéticos, y que los hombres que no cumplen con ciertos estándares están condenados al fracaso.

En estos espacios, los construyen una identidad colectiva. Los hombres atractivos y exitosos son llamados “chads”, mientras que las mujeres son denominadas “foids” (abreviatura de femoids), término que las deshumaniza.

En los foros abundan mensajes como “nunca me acerqué a una mujer, entendí que soy un fracaso genético”, “sabía que me iban a rechazar por mi aspecto físico” o “las foidcitas siempre me han mirado con rechazo”. Entre esos relatos aparecen también llamados a la violencia: “estoy a punto de cometer un Lex Ashton”, “tenemos ubicadas a varias foids para hacer una retribución”.

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El término “retribución” se usa como sinónimo de venganza que se traduce en violencia física, incluso asesinatos, mientras que “rapemaxxing” hace alusión directa a la violación sexual.

“Estos discursos no sólo reproducen una lógica de dominación, sino que se articulan en torno al resentimiento y al odio”, explica Aimée Vega, investigadora de la UNAM e integrante del Laboratorio Feminista de Derechos Digitales.

Advierten vacío educativo

Para Fausto Lamont, los ataques asociados a la cultura incel buscan enviar un mensaje de fuerza. “Quieren dejar esta idea de que no son frágiles. En redes sociales se polariza, buscan humillarlos y entonces ellos reaccionan con mayor violencia”.

El psicólogo apunta que la raíz de estos comportamientos suele encontrarse en un entorno familiar violento: “Ahí se crea una identidad masculina recalcitrante y rígida, basada en ideas misóginas que de alguna manera van construyendo una identidad en la cual pedir ayuda no es posible”.

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Esa estructura emocional, dice, produce timidez extrema, ansiedad social, baja autoestima y una incapacidad para identificar o comunicar emociones. “Con base a esto, los incels se crean imágenes distorsionadas de sí mismos y de su posibilidad de entablar una relación con el sexo opuesto”.

El sociólogo Jorge Jiménez coincide en que hay un vacío educativo que alimenta este tipo de comunidades. “La no educación en temas de sexo, afectividad y género puede provocar que los jóvenes acudan a comunidades como los incel”.

También advierte que “la violencia machista puede aparecer desde la propia estructura educativa, porque las redes sociales y las aplicaciones no se responsabilizan de estas prácticas; se alimentan de ellas”.

Lamont, por su parte, señala que muchos miembros de estas comunidades padecen depresión, ansiedad, aislamiento prolongado e incluso ideación suicida u homicida.

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