Más Información
El pasado 3 de julio se cumplieron 54 años de la muerte de Jim Morrison. Su tumba es una de las más visitadas del cementerio —y probablemente del mundo—, y no solo por fanáticos del rock. Allí se cruzan mochileros, bohemios, músicos callejeros, turistas curiosos y viejos fans que todavía lo consideran un poeta incomprendido.
Muchos no vivieron su época, pero sienten que algo de su espíritu sigue vivo entre las hojas secas del cementerio parisino. Como cada año, su tumba se convirtió en un pequeño altar colectivo: flores frescas, retratos, poemas, piedras, vinilos, cigarrillos, banderas, velas… y hasta una figura de ángeles. Un rincón que no necesita guía turística: se llega solo, siguiendo el rastro de quienes aún ven en él algo más que un ídolo del rock.
Y justo cuando los fans todavía dejaban flores y recuerdos en su tumba, llegó la noticia: el busto de Jim Morrison, robado en 1988, fue recuperado en una redada policial en París.
La escultura, obra del croata Mladen Mikulin, había sido instalada en 1981 y mostraba un rostro tranquilo, casi filosófico.
Mikulin decía que quería reflejar al poeta detrás del mito, al joven que escribía versos más que al ídolo que destrozaba escenarios. Desde su robo, el busto se volvió leyenda y ausencia al mismo tiempo.

El hallazgo ocurrió el 14 de mayo durante un registro policial a un empresario investigado por fraude contable. En su casa, además de documentos falsos, apareció el busto de Morrison y una obra de Andy Warhol. Nadie ha explicado aún cómo terminaron en sus manos.
El busto, con signos de deterioro pero reconocible, será devuelto al cementerio, donde se espera que vuelva a su sitio junto a la tumba. Para muchos fans, no es solo una escultura: es parte de la atmósfera que hace de ese rincón un lugar único en el mundo, donde la muerte parece mezclarse con flores, rock y poesía.