Vivimos en una de las regiones más polarizadas del mundo. De acuerdo al Instituto Variety of Democracies (V-Dem), el aumento de la polarización política es una tendencia mundial, pero en América Latina ha crecido con un mayor ritmo a partir de 2015. Todavía a principios de la década de 2000 éramos la segunda región menos polarizada del planeta. Hoy estamos entre las tres más afectadas por este fenómeno junto a Europa del Este y Asia Central.

Muchas personas aseguran que ya no pueden mantener una relación armónica con amigos o incluso familiares que son afines a un grupo político opuesto al suyo. La hostilidad en redes sociales ha exacerbado la división. También la forma en que consumimos noticias. Cada vez más personas se informan en medios digitales, cuyos algoritmos filtran aquello que “no es afín” al lector. Como no reciben visiones opuestas, se crean burbujas ideológicas que confirman creencias políticas preconcebidas. Las posturas moderadas se van extinguiendo, mientras que las ideologías extremistas se fortalecen.

Las diferencias entre ciudadanos son normales e incluso necesarias. Cuando existe diálogo plural y se alcanza un consenso entre quienes piensan diferente, se conquistan derechos y libertades. Si hay antagonismo entre grupos de la población, se requiere de las instituciones estatales para fungir como mediadoras. Pero si hay polarización política, no existe una autoridad con la neutralidad para procesar el conflicto. De hecho, en México la división muchas veces se incentiva desde el discurso gubernamental. Eso es peligroso para la democracia.

Cuando la división ideológica se profundiza tanto, el conflicto se vuelve irresoluble. Lamentablemente, parece que nos estamos acercando a ese punto. Lo ocurrido en el Senado el 27 de agosto es un buen ejemplo de ello. Ese día, el presidente del PRI, Alejandro Moreno, golpeó al presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña. Quienes como parlamentarios tendrían que ser ejemplo de diálogo y entendimiento, terminaron a golpes ante los ojos de un país lastimado por la violencia.

El asunto no se reduce a estos dos señores que jamás han sido ejemplo ni de conciliación, ni de respeto; el problema es que muchas voces desde la clase política aprovecharon el incidente para seguir alimentando a la polarización. Debieron deplorar la violencia, a quien la ejerce y a quien la provoca. Pero otra vez cayeron en la tentación maniqueísta de dividir entre buenos y malos.

Olvidan que los grandes ganadores de que la división entre mexicanos se profundice son los criminales. Sin cohesión social es prácticamente imposible combatir a la inseguridad. Mientras menos cooperación haya entre la ciudadanía y el Estado, mejor para quienes rompen la ley.

@PaolaRojas

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