El pasado fin de semana se realizó en Hidalgo una consulta ciudadana para preguntarle a los habitantes de tres municipios su opinión sobre un proyecto del gobierno federal que habría de impactar en aquella zona.

Más allá de las implicaciones del resultado, lo destacable es la civilidad con la que se están normalizando estos ejercicios democráticos en la entidad. No hace mucho venció el plazo para la revocación de mandato y ahora los habitantes de una región también son tomados en cuenta para definir el rumbo de la política pública.

Dentro del primer esquema no se lograron recabar las firmas correspondientes para activar aquel ejercicio revocatorio, aunque cualquiera podía manifestar su intención para llevar a cabo esta iniciativa.

Aquí, mi lectura es que los ciudadanos decidieron dar un voto de confianza sin tener la necesidad de refrendar nuevamente su voluntad en las urnas. Es decir, su no participación es equivalente a un aval del trabajo que se realiza en el gobierno.

La anterior reflexión está sujeta —por supuesto— a un debate detallado sobre lo que quiere expresar un ciudadano que no participa. Entiendo que el no votante tiene múltiples motivos para justificar su comportamiento, pero mi argumentación se sostiene en lo que ocurre en las democracias consolidadas, donde el elector se vuelve selectivo en los comicios.

Bajo esta lógica, esas personas rechazan los temas de consulta cuando están conformes con el estatus quo. Por el contrario, se manifiestan masivamente cuando están en contra del estado de las cosas. Lo que podríamos llamar el voto antisistema.

En suma, la normalidad democrática no genera más participación, sino —en algunas condiciones y bajo ciertas características— estimula la abstención como una forma de manifestar acuerdo o aprobación al gobierno.

Pero, por el contrario, lo que ocurrió en Tula, Tlaxcoapan y Atotonilco de Tula fue distinto. Ahí, los habitantes decidieron poner un alto al gobierno. Su mensaje fue claro. Según datos preliminares, el 65 por ciento de los que emitieron su voto rechazaron el Parque de Economía Circular que propuso la presidenta Sheinbaum.

Aun teniendo elementos de análisis sobre el comportamiento de los ciudadanos en torno a la participación cívica, es claro que en México y, por consecuencia, en Hidalgo, ya estamos incursionando en un perfil de votante sofisticado que nos da lecciones en las urnas poco predecibles.

A eso le llaman los especialistas la sana incertidumbre. Es decir, no sabemos quién puede ganar y quién puede perder en un ejercicio donde las decisiones están en manos de los ciudadanos y de nadie más.

Por tanto, vale la pena hacer reflexiones sobre los resultados de las elecciones, consultas, referéndums y otros ejercicios de participación. Pero pocas veces podemos hacer predicciones, porque los electores ya no están alineados a posturas específicas, sino que cambian, castigan, refrendan, se abstienen, en fin. Su comportamiento se hace complejo porque están ocupando razonamientos variados en cada ejercicio comicial.

Enhorabuena por estos escenarios en el estado de Hidalgo, que parecían muy distantes hace poco tiempo. Qué bueno que ahora son parte de nuestra cotidianidad y reflejan la salud de esta democracia que se apodera de distintos espacios de la vida pública.

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