En el ambiente político nacional se mantiene desde hace semanas un debate que parecería fatuo. Se trata de funcionarios de alto nivel que vacacionan en el extranjero y que por ese hecho son juzgados por la opinión pública bajo una idea de austeridad mal entendida.
Es cierto que los políticos no generan los mejores sentimientos ante la sociedad; con frecuencia su desempeño deja mucho que desear, sus acuerdos obedecen intereses particulares antes que colectivos y las artimañas que utilizan para permanecer en el poder los aleja del pueblo y los acerca a las élites.
Lo anterior, es una base muy negativa para quienes tienen que representar a los electores o cuidar el bien común. Pero en la esfera de lo privado cada uno de ellos tiene derecho a realizar las actividades que le parezca con su dinero.
Sin embargo, hay que decir que la clase política mexicana es una de las mejores remuneradas del mundo. Y eso también juega en contra de quienes se dicen representantes populares. Porque en una lógica sencilla, cuesta trabajo ponerse en los zapatos de los mexicanos que ganan en promedio 16 mil pesos al mes teniendo un ingreso de 80 mil siendo diputado federal y 132 mil siendo senador.
Esas brechas son tan grandes que cualquier exceso de parte de los funcionarios es considerado una afrenta a la clase trabajadora. Eso tiene sentido, pero no lleva a nada. El debate se debería centrar en elevar los ingresos de la mayoría, tener más oportunidades laborales para los jóvenes, invertir más en educación pública y menos en viáticos, seguros, choferes y otros menesteres que utilizan los políticos.
Pero no deberíamos estar pendientes en dónde andan veraneando los políticos, ni de las botellas que beben ni del lugar de moda que visitan. Eso seguramente lo hacen desde siempre y no eran señalados como ahora.
Lo que pasa es que inmersos en un discurso de austeridad alimentado por el partido gobernante pensamos que los políticos no deberían de ser ostentosos, no viajar, vivir en la justa medianía y si un día osan salir solo tienen permitidos los destinos nacionales.
Es cierto que el movimiento creado por Andrés Manuel López Obrador, se cimentó sobre la diferenciación de las prácticas de la opulencia del régimen priísta. En buena medida el capital político de Morena tiene su base en un rechazo generalizado de ese pasado donde, por ejemplo, Peña Nieto y su familia vivían en una residencia conocida como la Casa Blanca y viajaban en el tristemente célebre avión presidencial (que ni Obama lo tenía).
Por eso se increpa a Noroña cuando usa una camioneta Volvo, su viaje al parlamento europeo y hacerlo en primera clase, que Pedro Haces utilice un helicóptero para trasladarse a través de la Ciudad de México, que Monreal desayune en un hotel de gran turismo en España, que Mario Delgado se vaya de vacaciones a Portugal y, por último, que el hijo del ex Presidente ande en Japón, cuando su papá salió muy poco al extranjero.
Parece contradictorio que Morena haya construido esa narrativa, pero en los hechos aquellos placeres siguen siendo la norma. Ese movimiento, en consecuencia, ha tenido una semana negra al descubrir que el discurso es para el pueblo pero su comportamiento se acerca a los destinos turísticos de los burgueses.
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