El 20 de mayo, dos funcionarios del Gobierno de la Ciudad de México fueron asesinados. Un acto brutal, artero, el tipo de crimen que debería unirnos en la condena, en la solidaridad, en la compasión. Pero en vez de eso, lo que siguió fue una exhibición dolorosa de la deshumanización que corroe a la sociedad mexicana, sobre todo en ese espejo convexo que son las redes sociales. Un lugar donde el duelo se convierte en consigna, donde el miedo se transforma en meme, donde el dolor se trivializa en nombre de una supuesta lucidez política.

Hubo, sí, quienes se horrorizaron. Gente de todas las ideologías que sintió, con razón, que algo terrible había ocurrido en el corazón de la ciudad. “Fue un ataque al Estado Mexicano” me escribió un querido amigo que estuvo en la campaña de la hoy oposición. Hubo otros que se alarmaron, que sintieron, con razón, que el crimen organizado había tocado una puerta que antes creíamos cerrada. Pero también hubo quienes aprovecharon la tragedia para sacar boleto en la feria del cinismo. Comentarios fríos, burlas disfrazadas de análisis, especulaciones disfrazadas de periodismo.

Un familiar del expresidente Felipe Calderón utilizó el momento para atacar la política de “abrazos, no balazos” de López Obrador, como si ésta se hubiera aplicado en la Ciudad de México, donde Claudia Sheinbaum y Omar García Harfuch y ahora Clara Brugada implementaron una estrategia completamente distinta, basada en inteligencia, tecnología, contención.

Un periodista aseguró que se trataba de “un ajuste de cuentas” apenas minutos después del crimen, sin pruebas, sin fuentes, sin el mínimo rigor. ¿Qué es eso sino una forma sofisticada de linchamiento póstumo? No es información, es una sugerencia: “algo habrán hecho”. Una frase que en México conocemos bien, porque se ha usado para justificar desde las desapariciones hasta los feminicidios.

La deshumanización no es sólo la capacidad de infligir violencia, sino la incapacidad de conmovernos ante ella. Es reír cuando deberíamos llorar. Es usar el crimen como herramienta electoral. Es indignarse no por los muertos, sino por el hecho de que, en el velorio, algunos asistentes gritaron “Clara, no estás sola”. ¿Qué esperaban? En ese momento, la jefa de Gobierno no sólo era una funcionaria: era una mujer vulnerada y dolida, un ser humano enfrentando las enormes implicaciones personales de lo ocurrido. ¿politización? No. Esto no era Clara Brugada enfrentando a la oposición, era el crimen organizado queriendo sembrar miedo, odio y dolor.

Y, sin embargo, hubo quienes parecían obtener una cierta satisfacción de los hechos, porque sentían que la tragedia les daba la razón. “¿Ven? Morena es un desastre”. Como si la sangre en la banqueta confirmara sus editoriales. Como si los cadáveres fueran argumentos.

Efectivamente tiene que haber una discusión sobre la violencia en este país. Sobre la penetración de los generadores de violencia en la política. Una discusión profunda y seria, pero sin oportunismos. Hay que reconocer que la política de seguridad de López Obrador fue un fracaso monumental, la de Calderón y Peña también. Eso no se puede negar. Pero también hay que reconocer que no fue esa la política que se aplicó en la capital. No es la política que se impulsa hoy desde el gobierno local ni la que, todo indica, toma forma en la nueva administración federal. Por eso la respuesta al problema no es fácil, ni obvia, ni partidista. Confundir todo, mezclarlo en la licuadora de la rabia, no es análisis: es propaganda.

Lo que el crimen del 20 de mayo reveló no fue sólo la vulnerabilidad de ciertos funcionarios, sino la fragilidad de nuestra humanidad compartida. La muerte debería igualarnos, hacernos, aunque sea por un instante, más humildes, más cautelosos. Pero aquí, en este país donde todo se ha vuelto trincheras, donde todo se evalúa según el color de una boleta, incluso los muertos sirven para polarizar. Esto es culpa de ambos lados del espectro político, de los abusos diarios de muchos de los que ahora están en el poder, y del abuso de tantas décadas de los que ahora no lo están. Pero esto no justifica nada, y en esta semana han sido algunos de los opositores los que han mostrado su peor cara.

Tenemos que tener una discusión sobre la inseguridad en México, pero quizá sea hora también de apagar la pantalla y empezarnos a mirar a los ojos. Volver a sentir el peso del otro. Volver a conmovernos. Para no volvernos solo un algoritmo del odio.

Analista político

Emilio Lezama

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