El 1º de mayo no es solo una fecha marcada en el calendario laboral: es un recordatorio profundo de la lucha histórica de la clase trabajadora por condiciones dignas, por justicia y por derechos que hoy muchos dan por sentados. En México, esta conmemoración se entrelaza con una larga y compleja historia de lucha sindical y de conflicto de clases que ha marcado profundamente el devenir del país.

Desde los albores del siglo XX, cuando las huelgas de Cananea (1906) y Río Blanco (1907) sacudieron a un Porfiriato sordo a las demandas obreras, quedó claro que el conflicto entre capital y trabajo no era una simple disputa económica, sino una lucha de clases con profundas raíces estructurales. Estas huelgas, brutalmente reprimidas, sembraron la semilla de un movimiento obrero que jugaría un papel fundamental en la Revolución Mexicana y en la posterior construcción del Estado posrevolucionario.

A lo largo del siglo XX, los sindicatos mexicanos se consolidaron como herramientas fundamentales para la defensa de los derechos laborales. Aunque muchas veces fueron utilizados como brazos corporativos del Estado, su existencia permitió establecer contratos colectivos, acceder a prestaciones, y proteger a los trabajadores de la explotación.

Sin embargo, en las últimas décadas, los sindicatos han sido víctimas de una doble ofensiva: por un lado, la propaganda neoliberal que los presenta como corruptos, ineficientes y obstáculos al “progreso”; por el otro, la precarización laboral impulsada por la flexibilización del trabajo, el outsourcing y la destrucción sistemática del empleo formal. Esta narrativa ha calado hondo en la opinión pública, donde hoy muchos ven al sindicalismo con recelo o desconfianza.

Pero hay que ser claros: si bien existen sindicatos que han traicionado su vocación original, esto no invalida la importancia de la organización colectiva de los trabajadores. Al contrario: en una época de creciente desigualdad, jornadas extendidas, bajos salarios y condiciones laborales inestables, los sindicatos son más necesarios que nunca. No como rémoras del pasado, sino como herramientas de resistencia y defensa.

La lucha sindical es, en esencia, una lucha por la dignidad humana. Es un acto colectivo que cuestiona el dominio del capital sobre la vida, que exige que el trabajo, (la fuerza que mueve al país), sea reconocido, valorado y protegido. En México, donde la desigualdad sigue siendo una herida abierta, la organización de los trabajadores es una de las pocas barreras efectivas contra el abuso y la impunidad laboral.

Este Día del Trabajo, más que celebrar, toca reflexionar. Reconocer que la lucha de clases no ha desaparecido: simplemente ha adoptado nuevas formas. Y recordar que cada derecho conquistado, (desde la jornada de ocho horas hasta las vacaciones pagadas, por ejemplo), fue arrancado con esfuerzo y organización colectiva.

Reivindicar al sindicalismo es también reivindicar la esperanza de una sociedad más equitativa. Porque cuando los trabajadores se organizan, no solo defienden sus intereses: defienden el futuro de los derechos laborales de todos.

“En México, donde la desigualdad sigue siendo una herida abierta, la organización de los trabajadores es una de las pocas barreras efectivas contra el abuso y la impunidad laboral”.

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