La Revolución mexicana, como proceso histórico, dejó un conjunto de enseñanzas que todavía ofrecen claves para interpretar la crisis que atraviesa el campo. A más de un siglo del levantamiento que sacudió al país, las demandas que impulsaron a miles de campesinos a incorporarse a la lucha mantienen una vigencia inquietante.
El ideal de justicia social aparece en documentos, proclamas y testimonios de la época como un llamado a detener abusos, corregir desigualdades y colocar la vida rural en el centro del proyecto nacional. Sin embargo, el México actual revela un retroceso que recuerda episodios del pasado y confirma un ciclo de abandono repetido.
Durante la Revolución, el campesinado surgió como actor político gracias a los reclamos sobre la tierra. La figura del ejido prometió una nueva organización agraria y una restitución largamente pospuesta. Décadas después, ese entramado institucional comenzó a fracturarse. La reforma al artículo 27 constitucional abrió las puertas al mercado de tierras y generó un desequilibrio que desplazó a numerosas familias rurales. Las políticas públicas posteriores reforzaron ese quiebre mediante recortes, privatizaciones encubiertas y una dependencia cada vez mayor hacia intermediarios y grandes empresas. El resultado fue un campo vulnerable, incapaz de competir con proyectos transnacionales y expuesto a prácticas que violentan la autonomía comunitaria.
La inseguridad profundizó esa fragilidad. Diversas regiones rurales enfrentan extorsiones, desplazamientos y un control territorial ejercido por grupos criminales. Los testimonios de productores revelan un clima de tensión que impide planear cultivos, comercializar cosechas a precio digno o transitar sin riesgo.
La violencia interrumpe ciclos agrícolas, introduce costos imposibles de asumir y disuelve redes de solidaridad que sostuvieron a los pueblos durante generaciones. Este escenario alimenta un hartazgo social que se expresa en marchas, bloqueos y denuncias que rara vez reciben atención efectiva.
La enseñanza más profunda de la Revolución reside en la fuerza que adquiere un pueblo cuando defiende su dignidad. Los movimientos agrarios demostraron que la inconformidad puede transformarse en motor de cambio cuando encuentra organización y un horizonte común.
El México actual enfrenta una situación distinta pero igual de urgente: comunidades que buscan protección frente a la violencia, apoyo frente a la producción del campo y reconocimiento frente a decisiones gubernamentales que privilegian intereses ajenos al territorio.
Recordar la Revolución no implica nostalgia vacía. Implica una reflexión sobre la necesidad de reconstruir el pacto social con el campo. La historia muestra que el país avanza cuando escucha a quienes lo alimentan. Hoy esa escucha se encuentra debilitada por la indiferencia institucional y por un clima de inseguridad que avanza sin freno. Las enseñanzas del pasado ofrecen una advertencia clara: cualquier nación que abandona a su campesinado abre la puerta a conflictos que tarde o temprano exigen respuestas drásticas.
“Cualquier nación que abandona a su campesinado abre la puerta a conflictos que tarde o temprano exigen respuestas drásticas”...
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