Durante la primera mitad del siglo XVIII, entre los años de 1736 y 1739, la Nueva España fue azotado por una mortífera epidemia de matlazáhuatl, (una enfermedad eruptiva, sumamente contagiosa, identificada como una especie de tifus), la cual surgió en Tlacopan, (actualmente Tacuba) y fue extendiéndose al resto del territorio.
La devastadora epidemia tuvo varias repercusiones tanto en el ámbito demográfico, económico, urbano, agrario, social y, sobre todo, en cuanto a la salud, generando importantes cambios en los protocolos de higiene, debido a la alta mortalidad, ya que, alrededor de dos tercios de la población novohispana pereció.
Los intentos por contrarrestar la enfermedad e impedir su propagación fueron muchos, pero infructuosos, que, aunados al hambre, por la escases de alimentos, la muerte y la insalubridad, hicieron que en el imaginario colectivo de la población, permeara la idea de un “castigo divino”. ¿Y qué otra cosa podría ser una pandemia para la sociedad novohispana, sino un castigo de Dios?
Para darle fin, consideraron necesaria la intercesión de otra divinidad, que abogara por sus almas, por lo que en 1737, a la Virgen de Guadalupe, se le concedió el reconocimiento de “Patrona de la Ciudad de México”, capital del Virreinato de la Nueva España, hecho que originó que para su “salvación”, otras poblaciones emprendieran acciones para jurarla como su patrona.
De acuerdo con las investigaciones el historiador José Vergara, uno de los más grandes referentes para el estudio del arte y la cultura novohispana en el estado de Hidalgo, en 1737, el matlazáhuatl llegó a la Comarca Minera de Pachuca, por lo que los habitantes del Real y Minas de Pachuca, (principalmente mineros, comerciantes y algunas autoridades), al verse afectados, iniciaron varias gestiones para jurar a la Virgen de Guadalupe como su protectora, no únicamente en contra la epidemia, sino también de la minería, principal actividad económica de la región, que se había visto afectada fuertemente por la enfermedad y atravesaba una etapa crítica.
Finalmente, el 11 de diciembre de 1743, la virgen fue jurada “patrona de Pachuca”. Este hecho toma relevancia ya que, históricamente, es común asociar las emblemáticas figuras de San Francisco de Asís o la advocación de Virgen de la Asunción de María, asociadas como “santos patronos” de la ciudad, pasando de largo esta etapa de la historia.
A partir de la epidemia de matlazáhuatl y bajo la creencia de su “intervención divina”, le fue atribuida a la Virgen la liberación del territorio novohispano de la peste y la enfermedad, tomando el papel de defensora y protectora.
Mas allá de la devoción religiosa a la Virgen de Guadalupe, este evento marcó un hito significativo en la historia de México, que nos permite conocer tanto las circunstancias como las condiciones históricas del suceso, así como las repercusiones y medidas implementadas como respuesta a la epidemia. Además, nos permite adentrarnos un poco dentro del entramado social-cultural de la sociedad novohispana, y es que, la desconfianza hacia las respuestas provenientes de la intervención humana, para darle fin a la epidemia, solo encontró contrapeso en el valor atribuido a lo milagroso y sobrenatural.
Mas allá de la devoción religiosa a la Virgen de Guadalupe, su estudio, como sujeto histórico, nos permite conocer las circunstancias y las medidas empleadas por la sociedad novohispana para sobrevivir ante una pandemia
La desconfianza hacia las respuestas provenientes de la intervención humana para darle fin a la epidemia, solo encontró contrapeso en el valor atribuido a lo milagroso y sobrenatural.