En los márgenes de la vida urbana, donde el ruido del progreso silencia las voces antiguas, subsisten oficios que alguna vez sostuvieron el ritmo cotidiano de las ciudades. El afilador, bolero, nevero, reparador, relojero, camotero, voceador, etc., forman parte de un entramado de saberes tradicionales que definieron la vida pública de muchas localidades hidalguenses durante buena parte del siglo XX.

Estos oficios no surgieron como curiosidades, sino como respuestas eficaces a las necesidades del entorno. El afilador ambulante, por ejemplo, proporcionó a las familias y a los pequeños negocios, una alternativa accesible para mantener en condiciones óptimas herramientas de cocina, tijeras y navajas. Montado en su bicicleta adaptada o caminando con su caja de herramientas al hombro, anunciaba su llegada con un silbato metálico que la gente reconocía de inmediato.

Por otro lado, durante décadas, los voceadores poblaron las esquinas de Pachuca y otros municipios hidalguenses con el eco de sus gritos madrugadores. Su voz no solo anunciaba la noticia: marcaba el pulso del día. Con fajos de papel bajo el brazo, estos vendedores eran parte esencial del tejido urbano. Hoy, con la caída de la prensa impresa y el auge de lo digital, su presencia se ha vuelto casi fantasmal.

El auge de estos oficios se inscribió en un modelo de ciudad que favorecía la proximidad y la permanencia de la vida comunitaria. Sin embargo, el avance del urbanismo acelerado, la digitalización del consumo y la obsolescencia programada, empujaron estos trabajos al margen. Muchos oficios artesanales comenzaron a percibirse como obsoletos, incompatibles con el ritmo actual o condenados por la falta de relevo generacional.

A pesar de ello, algunos oficios resisten como expresiones vivas de conocimiento y memoria técnica. Su persistencia implica una crítica implícita al modelo de eficiencia industrial y una afirmación de otros valores como la habilidad manual y la sostenibilidad.

Estos oficios no deben entenderse únicamente como fuentes de ingreso o formas de trabajo individual. Representan una parte importante de la memoria histórica de las ciudades, una huella tangible de los vínculos comunitarios y las rutinas cotidianas en el espacio urbano.

En Hidalgo, estos oficios aún pueden rastrearse en rincones específicos. Algunos boleros permanecen en el centro de Pachuca, resguardados por toldos plásticos y rutinas heredadas; afiladores ocasionales recorren los barrios altos con bicicletas reformadas que datan de mediados del siglo pasado; los neveros preparan sus mezclas con hielo afuera de las escuelas y en las plazas locales. Todos ellos portan una sabiduría discreta, acumulada a lo largo de años, que desafía el olvido.

Documentar la historia de los oficios en extinción, no responde únicamente a la nostalgia, sino al reconocimiento de una riqueza cultural que aún late. Porque los oficios no desaparecen por completo: se silencian. Y en este silencio, la ciudad pierde una parte de su esencia.

“…algunos oficios resisten como expresiones vivas de conocimiento y memoria técnica”.

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