El perro callejero, producto de una estructura social que excluye tanto a personas como a animales, ha ocupado por años el espacio entre ciudades y comunidades, conviviendo con poblaciones también marginadas. Por ello, no resulta extraño que, con el paso del tiempo, esos mismos animales aparecieran en espacios de protesta, atraídos por la multitud, la comida o el ruido.

A lo largo de la historia de las movilizaciones sociales, algunas figuras han logrado adquirir un valor simbólico que trasciende su naturaleza original. En este escenario, los perros callejeros han emergido como elementos inesperados, pero profundamente significativos en muchas protestas, especialmente en América Latina. Su presencia, aparentemente fortuita, ha llegado a representar resistencia, dignidad popular y solidaridad con los sectores más vulnerables.

Algunos perros callejeros se volvieron parte constante de las movilizaciones. Ejemplos icónicos como “Negro Matapacos” en Chile, quien acompañó durante años a estudiantes y manifestantes, demostraron que estos animales podían convertirse en emblemas de lucha. No fue casualidad que su imagen comenzara a circular en pancartas, grafitis y redes sociales, con pañuelos al cuello que imitaban los colores de las causas sociales. De forma involuntaria, estos perros fueron adoptando un rol dentro del imaginario colectivo.

Desde una perspectiva simbólica, el perro callejero encarna la exclusión estructural. No pertenece a ningún hogar ni a ninguna institución. Vive en la calle, sobrevive sin asistencia del Estado. Su figura refleja la precariedad, pero también la resiliencia. Al caminar junto a los manifestantes, se mimetiza con el pueblo: no responde a jerarquías, se mueve por instinto.

Quienes protestan ven en estos perros un espejo de sus propias luchas, sus abandonos y su voluntad de resistir.

El fenómeno ha sido observado también en países como Argentina, Colombia y México, manifestaciones multitudinarias han contado con la participación espontánea de perros callejeros. La reacción popular ante estos animales ha sido, en la mayoría de los casos, de protección y afecto. Muchos han sido alimentados, curados y bautizados por los mismos manifestantes.

La figura del perro callejero ha servido para reforzar una narrativa moral. Su presencia sugiere que incluso aquellos seres sin voz ni agencia política han elegido un bando. Su aparente decisión de acompañar a los manifestantes otorga legitimidad a la causa, como si la justicia del reclamo se viera avalada por el instinto natural de los más vulnerables. Aunque esta lectura podría interpretarse como una idealización, resulta poderosa dentro del marco simbólico de las protestas.

Este fenómeno también revela algo sobre el carácter de las protestas en el mundo actual. En sociedades cada vez más fragmentadas, donde la representación política enfrenta crisis de legitimidad, los símbolos espontáneos adquieren un peso inusitado.

“Desde una perspectiva simbólica, el perro callejero encarna la exclusión estructural”…

¡EL UNIVERSAL HIDALGO ya está en WhatsApp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News