La lucha libre mexicana es una parte importante del entramado social-cultural mexicano, puesto que no sólo es un deporte, constituye una expresión de identidad y una práctica de recreación en la que convergen distintos actores sociales, además de involucrar una serie de técnicas, creencias, conocimientos, así como sistemas de representación y transmisión; por tal motivo, se instaura como patrimonio cultural intangible de México.

Considerado “el más espectacular de los deportes y el más deportivo de los espectáculos”, la lucha libre ha trascendido las barreras del entretenimiento para convertirse en una manifestación intrínseca de la “mexicanidad”, reconocida a nivel internacional, donde el cuadrilátero pasa de ser un escenario deportivo a un espacio de reinterpretación e interacción.

Su influencia se extiende a la cultura popular, incluyendo la literatura, la gráfica popular, la ilustración, la cinematografía, donde ha marcado un parteaguas con el cine de luchadores y la fotografía, que documenta la dinámica social en el del pancracio.

Las máscaras forman parte importante, ya que si bien, no todos los luchadores las usan y además de proteger la identidad de quien las porta, son un referente de color y tradición.

A lo largo de la historia, ha creado una tradición amplia, que involucra una serie de oficios, (como el mascarero, presentador, narrador, etc.), además de ser fuente de inspiración musical. Por otro lado, ha contribuido a la reivindicación del papel de las minorías, que históricamente y en otros contextos, se han mantenido al margen: las mujeres, los “exóticos” y los “minis”.

En cuanto a los recintos, las arenas de lucha libre son un medio de cohesión social, donde las multitudes se reúnen, despertando un sentido de unidad y comunidad. No obstante, las rivalidades en el ring se traducen en lealtades fuera de él, creando una red de aficionados apasionados, por lo que las funciones de lucha libre, son lugares donde diferentes generaciones comparten risas, pero también intercambian gritos, plagados de frases en las que destaca el amplio y “florido” léxico mexicano.

Una práctica única en este ámbito es la de aventar dinero al ring, terminado el combate, ritual que efectúa la afición a manera de reconocimiento, (únicamente si considera que la función cumplió sus expectativas), ya que, a lo largo de este espectáculo, el público funge como un juez, el cual decide si aplaude o abuchea a los gladiadores.

La “Arena afición” es un recinto, pionero en la promoción de dicho deporte en el ámbito pachuqueño desde el año de 1952, siendo testigo del paso de un sinfín de personalidades. Tal es el caso de uno de los luchadores más famosos de todos los tiempos, Rodolfo Guzmán Huerta, conocido como “Santo, el enmascarado de plata”, quien nació en el municipio de Tulancingo y a la fecha, es el máximo ídolo de esta disciplina.

La lucha libre es cultura, tradición, pero, sobre todo, un referente de identidad de todos los mexicanos y un legado cultural de México para el mundo, por lo cual es un patrimonio que debe ser preservado, investigado y difundido.

Para muchos, también representa una parte de nuestra infancia y nos recuerda la ilusión de los héroes del ring, que al final de cuentas son personas de carne y hueso, que se lesionan, que tienen familia, metas y, sobre todo, sueños.



La lucha libre es cultura, tradición, pero, sobre todo, un referente de identidad de todos los mexicanos y un legado cultural de México para el mundo.

Google News