Byung-Chul Han, filósofo surcoreano radicado en Alemania, se ha convertido en una de las voces más incisivas del pensamiento contemporáneo. Su obra analiza el malestar silencioso que atraviesa a las sociedades actuales, desde un enfoque, a partir de lo que denominó “sociedad del rendimiento”, la cual ofrece una lectura lúcida y dolorosa del individuo de hoy.
En esa sociedad, según Han, el sujeto deja de responder a prohibiciones y pasa a obedecer una consigna más seductora: “tú puedes”. La figura del amo se esfuma y el individuo adopta la tarea de vigilarse. Ya no actúa por obligación, sino por deseo de superación. La libertad se transforma en mandato. El sujeto se lanza a cualquier proyecto con la idea de aumentar valor y de alcanzar una versión superior de sí mismo. Esta actitud produce una ilusión de autonomía que oculta un nuevo tipo de obediencia.
La consecuencia de este paradigma aparece en la vida cotidiana. El descanso pierde legitimidad. La pausa se interpreta como debilidad. El ocio ya no ofrece un espacio de disfrute, sino una oportunidad para aumentar productividad o perfeccionar alguna habilidad. Incluso las relaciones afectivas se deforman bajo este ideal de eficiencia emocional. Se exige armonía total, comunicación impecable y disponibilidad absoluta, como si un vínculo auténtico pudiera ajustarse a un manual de desempeño.
El sujeto del rendimiento busca excelencia en todas partes y termina atrapado en una paradoja: proclama libertad, aunque obedece un sistema que exige más de lo que cualquier cuerpo o mente puede soportar. La presión surge desde dentro y provoca un agotamiento que ningún logro corrige. Han afirma que esta fatiga no procede de la opresión externa, sino de un exceso de libertad transformada en obligación. El individuo se agota por autoexplotación.
Las redes sociales intensifican este fenómeno. Exhiben vidas sin sombras, cuerpos sin fallas y éxitos sin pausas. La comparación permanente consolida la sensación de insuficiencia. La identidad se vuelve escaparate. La experiencia real pierde espesor. La imagen desplaza a la presencia. El sujeto se mueve entre la euforia breve que produce cada validación y el vacío que aparece después.
Frente a este panorama, Han propone recuperar la capacidad para detenerse, contemplar y escuchar. La contemplación no ofrece beneficios inmediatos ni promete éxito. Sin embargo, abre un espacio donde la vida adquiere densidad. Permite una relación distinta con el tiempo, menos sometida a la lógica de la optimización. Sin esta dimensión, la existencia se reduce a una carrera sin dirección.
La sociedad del rendimiento promete libertad y produce agotamiento. La verdadera resistencia no surge desde un rechazo heroico, sino desde un gesto más sutil: admitir la fragilidad, reconocer los límites y permitir momentos sin finalidad. Allí podría aparecer una forma de vida menos ansiosa, menos cuantificable y más humana. En ese punto, la filosofía de Han no solo describe nuestro malestar; también ofrece una brújula para orientar una salida.
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