Para el historiador Eric Hobsbawm, la resistencia al poder es un fenómeno constante y de carácter universal que surge siempre que existen desigualdades y opresión. En este sentido, señala que el poder mismo genera su propia oposición: la opresión nunca es aceptada de manera pasiva, sino que provoca respuestas que pueden variar desde la simple supervivencia hasta los movimientos organizados.

A lo largo de la historia, desde las monarquías absolutas hasta los modernos sistemas corporativos, el curso de los acontecimientos ha demostrado que ningún poder, por más arraigado que parezca, puede resistir indefinidamente la lucha de quienes sostienen el mundo con sus manos: los trabajadores.

La caída de una estructura que oprime no representa solo un cambio político; encarna una ruptura metafísica con un orden impuesto. Una estructura de poder que se derrumba, no se llena solo de escombros, también revela las grietas que la precedían: injusticias, desigualdad, represión, discriminación, sometimiento...

Cuando el poder cae, quienes han vivido bajo su sombra despiertan en un mundo distinto. No siempre mejor, pero siempre más consciente. También enseña que la historia puede cambiar de dirección cuando quienes la escriben con su esfuerzo diario deciden irrumpir en su marcha.

Otro fenómeno interesante surge cuando esa autoridad ha caído, cuando el poder que oprimía ya no puede ofrecer protección y quienes antes se alinearon con él se encuentran en una encrucijada. Muchos de ellos buscarán reacomodarse, ahora junto a la nueva estructura, como si nada hubiera ocurrido. Pero los actos no desaparecen, el tiempo, (ese juez silencioso), guarda memoria.

Quien elige sostener un poder injusto, sabiendo que ese poder pisotea a sus compañeros, no actúa desde la neutralidad, sino desde la conveniencia. No se trata de errores humanos, sino de decisiones conscientes que priorizan el interés propio sobre el bien común.

Recordemos que los regímenes autoritarios no se sostienen solo por la voluntad de quien ostenta el poder, sino por la complicidad de quienes lo secundan, de quienes traducen su violencia en normalidad operativa.

No obstante, y desde una mirada crítica, pensar que la caída de poder traerá liberación total es ingenuo. A los trabajadores les toca no solo celebrar la “liberación”, sino asumir un papel activo en la construcción de un nuevo orden. La justicia y la libertad son metas que se construyen día a día, con trabajo, colaboración, memoria crítica, empatía, unidad y cooperación.

La lucha de los trabajadores revela que el poder no es inamovible, sino constantemente desafiado por aquellos a quienes excluye o explota. Aprendemos que los derechos no son concesiones, sino conquistas ganadas con organización, conciencia y resistencia.

La historia no ha concluido, pero si algo nos enseña, es que mientras exista una conciencia que se niegue a obedecer lo injusto, habrá esperanza. Y donde hay esperanza, hay lucha, memoria y justicia.

“Cuando el poder cae, quienes han vivido bajo su sombra despiertan en un mundo distinto. No siempre mejor, pero siempre más consciente” ...

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