Stephany Espinosa

El peso de un nombre

Stephany Espinosa
26/06/2025 |00:28
Stephany Espinosa
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Durante las guerras, los símbolos caen con más rapidez que los muros. Las estatuas, los nombres, las banderas y los monumentos que alguna vez aspiraron a inmortalidad pueden convertirse, súbitamente, en objeto de escrutinio, rechazo o demolición. En esos momentos, la historia no se borra: se reinterpreta. El juicio moral de las sociedades en crisis reconfigura su relación con el pasado, y los nombres que alguna vez inspiraron respeto se tornan motivo de indignación.

En la ciudad de Pachuca de Soto, el parque David Ben Gurión representa un ejemplo actual de esta tensión entre memoria, símbolo y presente. Este espacio lleva el nombre del primer ministro del Estado de Israel, quien estuvo íntimamente vinculado al sionismo al ser uno de sus principales líderes políticos y el artífice de su concreción como proyecto estatal. Como dirigente promovió activamente la creación de un Estado judío en Palestina, bajo la premisa de que solo mediante un territorio propio el pueblo judío podría asegurar su supervivencia y autodeterminación.

Sin embargo, su visión se tradujo en políticas que implicaron el desplazamiento forzado de cientos de miles de palestinos durante la guerra de 1948, así como en la consolidación de un Estado que priorizó la identidad judía por encima de la pluralidad étnica y religiosa del territorio, lo que ha sido duramente criticado por su carácter colonial y excluyente.

En el contexto actual, con miles de civiles palestinos asesinados y bombardeos que no distinguen entre combatientes y niños, los símbolos adquieren una urgencia política ineludible. Seguir honrando un nombre vinculado con este genocidio en un espacio público, equivale a invisibilizar el sufrimiento de un pueblo oprimido y a validar un relato unilateral de la historia. El parque no es un mero paisaje urbano: es un mensaje.

No se trata de borrar el pasado, sino de entenderlo en su complejidad. En tiempos donde la conciencia global rechaza la impunidad de los poderosos, su permanencia en un espacio público resulta, cuando menos, ofensiva. Retirar ese nombre no implicaría ignorar la historia, sino asumirla con responsabilidad ética. El parque puede y debe renombrarse. No para olvidar, sino para recordar mejor.

Ignorar la perpetuidad del nombre de este espacio transmite una validación implícita de un proyecto político profundamente cuestionado por su papel en el desplazamiento y sometimiento del pueblo palestino. No se trata de atacar a una comunidad ni de negar la historia del pueblo judío, sino de asumir con rigor histórico que honrar a una figura clave del sionismo, en un momento en que ese mismo proyecto perpetúa una masacre documentada, nos coloca en una posición incómoda: la de la complicidad simbólica. Reivindicar nuestros valores democráticos y de respeto a los derechos humanos exige distanciarnos de toda forma de violencia estructural, y ello incluye revisar críticamente los nombres, las nomenclaturas y símbolos que elegimos conservar en nuestros espacios comunes.

El parque puede y debe renombrarse. No para olvidar, sino para recordar mejor.

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