Cada 17 de julio, México celebra el Día del Tatuaje, una fecha que reconoce el valor estético, social y simbólico de una práctica milenaria que ha evolucionado desde lo ritual hasta lo contemporáneo. Lejos de tratarse de una simple moda o declaración individual, el tatuaje ha formado parte del lenguaje visual de las culturas originarias, constituyendo una manifestación artística con una carga histórica profunda.

La piel marcada por tinta fue vista por décadas como un símbolo de rebeldía, delincuencia o contracultura. Sin embargo, este estigma empezó a erosionarse con la apertura cultural, la globalización y el auge de movimientos artísticos que reinterpretaron el cuerpo como territorio expresivo. Así, el tatuaje comenzó a integrarse a discursos artísticos contemporáneos, dialogando con lenguajes como el performance, la fotografía o el arte conceptual.

Desde la perspectiva de la historia del arte, el tatuaje merece una lectura más amplia. Al igual que la cerámica, la pintura mural o el grabado, esta práctica responde a códigos estéticos, técnicas específicas y procesos creativos que requieren dominio visual y conceptual. Un tatuador no solo ejecuta un diseño; crea una obra que habita el cuerpo de forma permanente.

La profesionalización del tatuaje ha permitido su inclusión en galerías, museos y festivales de arte, generando nuevos puentes entre la piel y el papel, entre el cuerpo y el lienzo.

El Día del Tatuaje no solo celebra una técnica; conmemora una lucha por el reconocimiento cultural de un arte marginalizado durante siglos. Representa también un acto de memoria: al marcar la piel, muchas personas recuperan símbolos ancestrales, reconstruyen su historia o reafirman su identidad.

No obstante, aunque el tatuaje suele vincularse con significados profundos, identidades personales o símbolos ancestrales, no siempre responde a una carga simbólica. En muchos casos, la decisión de tatuarse obedece al placer estético, al goce visual que produce una imagen bien ejecutada sobre la piel.

En un país donde la imagen siempre ha desempeñado un papel central en la construcción del imaginario colectivo, el tatuaje se posiciona como una forma legítima de narración visual.

Incluir el tatuaje desde la historia del arte implica romper con prejuicios y ampliar el canon. No se trata únicamente de celebrar la habilidad del trazado o la intensidad del color, sino de comprender que la piel, como soporte artístico, lleva inscripciones que revelan contextos sociales, tradiciones culturales y saberes.

El cuerpo tatuado deviene en un archivo viviente, testigo de un proceso histórico que mezcla tradición, resistencia y creación.

Este día no solo enaltece a quienes tatúan ni a quienes se tatúan. Reconoce una forma de arte que ha resistido silencios, estigmas y olvidos para emerger con fuerza en el siglo XXI como una de las expresiones visuales más poderosas de nuestro tiempo.

La piel, como soporte artístico, lleva inscripciones que revelan contextos sociales, tradiciones culturales y saberes.

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