A lo largo del siglo XX y hasta la actualidad, el magisterio mexicano ha desempeñado un papel central en las luchas sociales del país. Desde sus orígenes como parte de un proyecto de construcción nacional tras la Revolución Mexicana, los maestros asumieron no solo la tarea de enseñar, sino también la de transformar las condiciones de vida de las clases populares. Su vocación no se limitó únicamente a la enseñanza en las aulas ni al contenido de los planes de estudio, se ha expresado con fuerza en las calles.
En diferentes momentos de la historia de México, los maestros se identificaron con las causas obreras y campesinas, al reconocer la educación como un instrumento de emancipación.
El movimiento magisterial independiente surgió como respuesta a la burocratización del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y a la creciente desigualdad laboral en el sector educativo. Desde los años setenta, grupos organizados de maestros, especialmente en estados como Oaxaca, Guerrero y Chiapas, impulsaron una resistencia activa contra las reformas neoliberales que precarizaron el trabajo docente y debilitaron la educación pública.
El magisterio combativo asumió una identidad política clara: educar con conciencia crítica y luchar por la justicia social. Su práctica pedagógica se vinculó estrechamente con las demandas populares, y sus movilizaciones desafiaron tanto al poder estatal/nacional como a las élites económicas. No se trató únicamente de exigir mejores condiciones salariales, sino de defender el carácter público y transformador de la educación.
En cada paro o marcha, los maestros reafirman su papel como formadores del pensamiento colectivo. Su voz ha resonado más allá del aula. En comunidades marginadas, en zonas rurales y urbanas, se convirtieron en líderes comunitarios, promotores culturales y defensores de los derechos humanos.
La lucha del magisterio combativo no se restringe a la conquista de beneficios laborales; continúa como un proceso permanente de dignificación de la profesión docente. Su papel trasciende la enseñanza de contenidos; se sitúan como sujetos activos en la defensa del bien colectivo.
Los maestros que luchan encarnan la conciencia histórica y de clase que da sentido a las transformaciones sociales más profundas, por lo que se convierten en referentes éticos y políticos que representan la memoria viva de las luchas populares, conscientes de que educar también significa transformar las estructuras de opresión.
A menudo se les tacha de inconscientes, radicales o agitadores por abandonar las aulas y tomar las calles, como si su presencia en la protesta contradijera su vocación docente. Sin embargo, dichas descalificaciones pasan por alto que su lucha también educa: forma ciudadanía crítica, defiende derechos colectivos y denuncia estructuras de injusticia. Su protesta no representa una renuncia, sino una afirmación de dignidad; no implica ausencia, sino una forma activa de presencia en la historia viva del pueblo trabajador.
“En diferentes momentos de la historia de México, los maestros se identificaron con las causas obreras y campesinas, al reconocer la educación como un instrumento de emancipación”…