Durante décadas, la locura se definió desde el poder médico, jurídico y administrativo, mientras quienes la habitaban quedaron reducidos al silencio institucional. La historia de los espacios que resguardaron a aquellos que la sociedad denominó como: “locos”, no resulta neutra; los muros guardan testimonios, ideas y sucesos históricos que, con el paso del tiempo, suelen diluirse bajo el peso del abandono o la costumbre.

El Hospital Psiquiátrico “Villa Ocaranza”, en Tolcayuca, Hidalgo, representa uno de esos inmuebles donde la historia de la salud mental del siglo XX confluye de forma silenciosa, pero viva.

Antes de convertirse en hospital, el inmueble formó parte de la Hacienda de San Miguel Eyacalco, construida a principios del año de 1800, como un espacio productivo destinado al cultivo de cereales, bajo la administración de los frailes Jesuitas, durante el periodo colonial tardío. No obstante, con las Leyes de Reforma (1855-1863), el Estado liberal expropió los bienes eclesiásticos, por lo que los terrenos de la hacienda fueron vendidos, rentados y repartidos.

Décadas después, ese mismo espacio rural adquirió un nuevo sentido. En el contexto de la crisis del “Manicomio General de La Castañeda” en la Ciudad de México, el Estado mexicano impulsó una política de descentralización psiquiátrica. Bajo la llamada “Operación Castañeda”, los gobiernos de Adolfo López Mateos (1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964- 1970) promovieron hospitales campestres como alternativa al hacinamiento y al descrédito del modelo manicomial clásico.

La antigua hacienda resultó funcional para este proyecto: gran extensión territorial, aislamiento geográfico y un entorno natural que, según las teorías psiquiátricas de la época, favorecía la estabilidad mental de los pacientes.

Por lo anterior, el 21 de junio de 1968, el lugar abrió sus puertas como Hospital Psiquiátrico Campestre “Fernando Ocaranza”, como parte de la Secretaría de Salubridad y Asistencia del Estado de Hidalgo; con la finalidad de atender pacientes en condición crónica, considerados no recuperables. El campo, hasta entonces un espacio de producción agrícola, se convirtió en territorio de confinamiento terapéutico-mental.

A finales del siglo XX, el modelo volvió a transformarse. Para el 21 de noviembre del año 2000, como parte del modelo “Miguel Hidalgo en atención mental”, el hospital se reinauguró como “Hospital Psiquiátrico Villa Ocaranza”, abandonándose así, casi por completo, la instalación central de la edificación, construyendo villas aledañas en el predio de la misma.

Lo anterior, no solo transformó la arquitectura del lugar, sino también la forma en que la locura fue administrada y contenida. Sin embargo, más allá del cambio físico, persistió una constante histórica: el silencio de quienes habitaron estos espacios; y es que, la locura no puede hablar de sí misma en una sociedad que ha decidido no escucharla.

Recuperar esas voces, permite cuestionar los modelos que legitimaron el aislamiento y abre la posibilidad de una historia de la salud mental que reconozca a quienes fueron diagnosticados y confinados sin derecho a la palabra.

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