A la luz de lo que ha venido sucediendo, paso a paso, no tengo ya la más mínima duda de que la reforma electoral en curso cerrará el ciclo de la transición inversa: de la democracia en construcción, a un régimen autoritario populista.
Al gobierno le gusta decir que vivimos en el país más democrático del mundo porque la gente “elige” (entre comillas) a quienes integran los tres poderes y a los gobiernos estatales y municipales. Pero no dice que esas elecciones no son informadas, libres, ni parejas. Ninguna de esas condiciones se cumple a cabalidad.
En este régimen, los partidos se están volviendo bobos útiles. El gobierno los necesita como referencia plástica para vencerlos, para simular debates vacuos y para legitimar sus votos garantizados de antemano. Si no existiera Alito, el sepulturero, tendrían que inventarlo. Si Jorge Romero no hubiese imaginado el “relanzamiento” trágico del PAN, habrían promovido otro partido de derecha (familia, patria, Dios y libertad, como misión conservadora). Ambos le regalan el cosmético que maquilla al maniquí, mientras MC titubea, pacta con Morena y se hace bolas con su ideología y sus liderazgos.
Escucho a esos partidos prepararse para las elecciones del 2027 y, de otro lado, a quienes quieren formar nuevos partidos para competir por votos. ¿De qué votos hablan? ¿No pueden o no quieren leer la realidad que les está cayendo encima? ¿Qué parte no están entendiendo? Tras la reforma electoral en curso, el único partido vencedor de todos los comicios será Morena y el único aparato político que tomará decisiones será el que hoy gobierna a México. Necesitan a la oposición para vencer, no para convencer. Sin enemigos aparentes –Hannah Arendt sigue viva— no hay autocracias.
Pero los gobiernos autoritarios acuden a las urnas para “legitimar” sus decisiones en comicios controlados y amañados. Así gobernó el PRI hasta que se rompió por dentro y solo entonces, hasta el final del Siglo XX, los votos se contaron con honestidad y emergió la alternancia entre opciones programáticas distintas.
Pero al consumarse la reforma que hoy está lavándose en un proceso simulado de “consulta popular” (las comillas siguen importando), el nuevo régimen autoritario populista habrá cerrado el ciclo del control total de las instituciones del Estado: las fuerzas armadas como policías, la mayoría calificada en el Congreso, los jueces sometidos al poder presidencial, los órganos autónomos extinguidos, capturados o sometidos, el acceso a la información calculado y controlado, las herramientas de sanción jurídica aceitadas y reformadas para castigar a los rebeldes y exonerar a los amigos, el uso clientelar de los dineros públicos —mediante transferencias y contratos— y la organización electoral rediseñada y dominada desde sus cimientos para asegurar el triunfo del partido hegemónico.
Si quieren luchar de verdad por los derechos, deben impedir la culminación del ciclo de reformas que cerrará la pinza autoritaria. Deben abandonar al régimen autoritario definitivamente: salirse del sistema electoral y de las cámaras legislativas y de todo espacio de representación ficticia. ¿Quieren defender la democracia? Abandonen los recursos que reciben, renuncien a sus privilegios y dejen de prestarse al juego de la legitimación autoritaria.
En los menguados espacios de poder en los que actúan no está la resistencia. Está en las calles, en los espacios públicos y en todos los medios disponibles, llamando a la defensa de los derechos vulnerados. Si el régimen quiere gobernar solo, hay que dejarlo solo de verdad y dejar de jugar el papel del bobo útil.
Hay una fecha exacta para romper con la autocracia: cuando se promulgue la reforma electoral en curso; si tienen convicciones, dejen solo al régimen y salgan a la calle.
Investigador de la Universidad de Guadalajara
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