Empleo actual: sepulturero. Habilidades: preparar fosas o nichos, colocar lápidas, exhumaciones, mantenimiento de áreas verdes del panteón. Estudiante de sociología, octavo semestre. Áreas de interés: sociología y movimientos sociales. Buena redacción, manejo de Office, conocimientos básicos de paquetes estadísticos. Dominio elemental del inglés; español: nativo. Sobre mí: proactivo, entusiasta, liderazgo, dispuesto a aprender y a trabajar en equipo.
Situación laboral: barista. Elaboración de distintos tipos de café y auxiliar de caja registradora. Buen trato con el cliente. Estudios de pedagogía, tesis en proceso sobre enseñanza de las matemáticas. Inglés: lectura de textos académicos. Colaboradora, con iniciativa; experta en búsquedas bibliográficas y síntesis de artículos.
Trabajo: distribuidor de productos DIDI. Puntualidad y cuidado en las entregas. Cuarto semestre de Trabajo Social.
Actividad profesional: ejecutivo de Call Center en institución bancaria nacional, capacidad de persuasión para adquirir productos de crédito.
Grado obtenido: licenciatura en repostería. Especialidad en elaboración de masa madre. Estudiante de psicología social.
Soy ingeniera química y estudiante de maestría en ciencias de la educación, docente en secundaria. Cursos impartidos: biología, ciencias naturales, problemas de México, redacción I, II y III.
Hace una semana, publiqué una convocatoria para ser ayudante de investigación durante un año. Los rasgos solicitados eran estudios en sociología de la educación, experiencia en búsquedas bibliográficas, y manejo de bases de datos. La paga, equivalente a tres UMAS: 10 mil 318 pesos mensuales. En 6 días recibí más de 300 currículums. Los leí todos y no fue en balde.
He puesto, como ejemplos, algunas de las características que las personas que se interesaron incluyeron en las hojas de vida. Ninguna es textual: combiné actividades y circunstancias de tal manera que fuesen solo ilustrativas. La gran mayoría son semejantes. En sus correos electrónicos pedían, con mucho respeto, ser consideradas para ese puesto.
Nunca advertí que, de esa manera, podía asomarme un poco a sus trayectorias laborales, previas o actuales. Los empleos que reportaron son, todos, dignos, en ocasiones derivados del oficio de sus padres o propios de nuestros tiempos. Precarios, sí, pero son los que hay, me dice un colega: oficios familiares o meserear. Es cierto.
Cada solicitud se hizo con la esperanza de ocupar el puesto aludido y la expectativa de poner en práctica sus conocimientos o, sin contar con los requisitos, indicaban la intención de aprender.
Tres centenas de solicitudes de estudiantes de licenciatura. Un puesto. Cada una recibirá respuesta, así sea breve: agradeceré su interés. Diez pasaron a la etapa de entrevista.
Más allá de estar sentados en un pupitre, y a veces recordar su nombre, ¿qué sabemos de sus vidas, del trabajo que hacen para poder estudiar y, a la vez, ayudar a sus familias cuando es preciso? Muy poco si es que acaso.
Hace años me pasó: Profe, trabajo en el Instituto Rolando Calles. ¿Es una escuela?, pregunté. Sonrió. No, maestro, soy taxista.
Una de ellas, en su solicitud, escribió: “Doctor, este es el CV número 500 que envío, por favor respóndame, aunque sea que no quede, no le hace”.
Más allá de un número en la lista, son personas, y batallan por vivir. Estudian. Buscan una oportunidad en la academia. Porfían. Dan cuenta de su experiencia laboral: es la que han tenido.
Una plaza nada más. Eso, colegas, es lo que cala.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México. mgil@colmex.mx @ManuelGilAnton
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