La izquierda más rancia insiste en la revolución cubana como quien insiste en un monumento gastado: lo pule, lo barniza y termina sosteniéndolo a toda costa aunque, realmente, ya no sirva ni para el adorno.
No se suele recordar que Fidel nunca prometió socialismo durante la Revolución. No lo dijo en Sierra Maestra, no lo dijo tampoco al entrar a La Habana. Lo dijo después, ya en el poder.
El pueblo cubano realmente nunca eligió ser comunista, simplemente cambiaron a un dictador por otro, salieron de Batista para caer en Castro.
Y luego, ese viejo argumento del “bloqueo”, eso que suena a asedio militar, a barcos, aviones y el ejército del Tío Sam rodeando la isla, bloqueándola, so pena de eliminar a quien se le acerque, a quien ose cruzar su bloqueo.
Pero no es así, existe un embargo económico de Estados Unidos debido al asalto de Fidel con su revolución, y eso pasa por restricciones comerciales y financieras, sanciones que prohíben usar dólares o acceder a bancos norteamericanos, pero lejos de eso, Cuba puede abrir su mercado al mundo, el único problema es que no existe ese mercado. Cuba no ofrece nada y, justo, como nada le compran, tampoco tiene dinero para comprar nada… ¡Viva la Revolución!
¿Y la educación cubana?, esa que presumen tanto pero que en la realidad no es más que una vil farsa donde existen ingenieros que no pueden ni mantener la red eléctrica a base de gasolina que se cae a pedazos, donde existen médicos que no entienden cómo funcionan los últimos aparatos de cirugía y terminan como baratos esclavos del régimen en otros países, con profesores tan ideologizados que escupen patrañas como aquella de que “los vagabundos de Cuba son actores para dañarnos”, ¿de qué sirve en el mundo de hoy esa “educación”?
Rendir homenaje a dos símbolos del totalitarismo caribeño es más que un desliz ideológico: es una ofensa a la memoria crítica y un monumento a la estupidez.
Vivo en la Cuauhtémoc, cerca de la Tabacalera y el monumento siempre me pareció un mal chiste, una provocación contra el régimen que sirvió para las aspiraciones políticas del entonces alcalde Ricardo Monreal. A los vecinos jamás nos preguntaron nada, aunque, con el tiempo, la estatua me pareció una caricatura más del México surreal, quizá comenzamos a verla hasta con cierta gracia y ahora que la quitaron, una vez más, tampoco nos preguntaron absolutamente nada.
Alessandra Rojo de la Vega, como Monreal, ha incomodado al poder establecido con el Che y con Fidel, lo mismo pero al revés, y con ello ha obligado al oficialismo a defender a dos personajes impresentables a los ojos del mundo democrático contemporáneo.
Ahora viene lo bueno, ¿dónde recolocarán la estatua?, ¿asistirá la Jefa de Gobierno o la presidenta a su reinauguración?, ¿cómo tomarán esa jugada los estadounidenses en un momento tan delicado de nuestra relación?, ¿cómo lo tomará el mundo democrático?, ¿qué discursos pronunciarán?
Le salió buena la jugada a Alessandra, pero, otra pregunta: ¿de que tamaño será la vendetta?
DE COLOFÓN: La Secretaría de Educación Pública celebra haber ganado cinco juicios que le permiten implementar el programa Vida Saludable y prohibir la comida chatarra en centros educativos. El avance legal es importante: abre la puerta para cambiar hábitos desde la infancia. Sin embargo, la batalla por una mejor nutrición no se gana solo en los tribunales.
En México, millones de personas comen lo que pueden, no lo que deben. La pobreza, los horarios extenuantes y la informalidad laboral condicionan la dieta cotidiana. Para muchos, alimentarse es un acto de supervivencia, no una decisión informada.
Erradicar la comida chatarra es una meta noble, pero insuficiente si no va acompañada de una transformación cultural y económica. Falta educación alimentaria desde casa y comunidad, no solo en el aula. Y falta que el Estado deje de subsidiar la miseria. Comer bien no debe ser un privilegio, sino un derecho.
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