Antes de asumir el poder, Claudia Sheinbaum ya tuvo la oportunidad de marcar un rumbo propio. Pudo desmarcarse con hechos del estilo personal de Andrés Manuel López Obrador, mostrar independencia, tender puentes, enviar señales claras de que su gobierno sería otro. No lo hizo. Y esas decisiones —o silencios— empiezan a contar como sus primeras oportunidades perdidas.
La primera gran oportunidad fue trazar una frontera con la militarización. Pudo haber dicho, siquiera en el discurso, que su sexenio no entregaría aún más funciones a las Fuerzas Armadas. Pero eligió la continuidad. No sólo evitó toda crítica, sino que confirmó su alianza con el Ejército como si fuera un actor técnico, neutral, confiable. Olvidó que un gobierno civil debe tener límites claros con el poder armado, no abrazarlo desesperadamente como administrador paralelo.
Otra oportunidad perdida fue frente al centralismo. Desde su candidatura pudo haber impulsado una lógica más federal, más plural, más abierta. Pero aceptó —sin matices— que las decisiones se definieran desde el círculo más cerrado del obradorismo. Ni una sola crítica a las imposiciones de candidaturas locales, ni una sola acción contra el método de la línea vertical. Prefirió callar y esperar su turno frente al emperador romano del Senado. Pero gobernar no es heredar un esquema de poder: es transformarlo.
Y quizás la más visible: permitió que la nueva clase política de Morena, esa que debía encarnar el cambio, siguiera actuando con las peores mañas del viejo régimen. Ahí están los Salgado en Guerrero, los Monreal en Zacatecas, Bátiz justificando fraudes con acordeones y Noroña vociferando desde un Senado que ya no dialoga, solo obedece. ¿Qué hay de transformador en ese elenco? ¿Dónde está la ruptura?
Las oportunidades perdidas no siempre se ven al inicio. Pero se sienten con fuerza en el desgaste, en el desencanto. El sexenio de Claudia Sheinbaum aún no pasa ni los tres años, pero el guion ya tiene sus primeras escenas escritas. Y lo que muestran es preocupante: más administración que visión, más continuidad que coraje.
No todo está definido, todavía hay tiempo para rectificar, para gobernar con dignidad, para recuperar lo que ya se dejó pasar a unos meses de su primer año.
Dicen que las oportunidades perdidas no regresan, en política se cobran, se acumulan y, tarde o temprano, pasan factura.
COLOFÓN: La llaman “Ley Espía” y no es para menos. Detrás del discurso oficial se esconde una amenaza directa a la privacidad. Jorge Romero, del PAN, intenta denunciarlo, aunque casi nadie lo escucha: no se combate la inseguridad violando las libertades.
Tiene razón, no es una medida aislada, es una ruta. En Puebla y Campeche, por ejemplo ya se castiga lo que se dice en redes sociales.
Si el gobierno puede seguir tu rastro sin permiso, el siguiente paso es callarte. No es paranoia. Es experiencia.
Otra cara de la moneda en cuanto a la tecnología y la seguridad sucede desde Chiapas, donde se anunció la implementación de sistemas de alta tecnología, como vehículos blindados y armamento moderno, doce drones artillados para la vigilancia fronteriza y hasta un perro robótico para operaciones tácticas.
El gobernador, Eduardo Ramírez, dice: “Nuestro compromiso es firme: defenderemos a nuestro estado con paz, seguridad y bienestar”.
Tecnología que se usa para seguridad contra tecnología que se usa para censurar.
Ya veremos.
@LuisCardenasMX