El fin de semana, en su red social “Truth”, Donald Trump publicó un mensaje que generó un rechazo inmediato. “Me encanta el olor de las deportaciones en la mañana”, escribió el presidente de Estados Unidos parafraseando la película Apocalypse Now. “Chicago está a punto de descubrir por qué se llama el Departamento de GUERRA.”
De la muy larga lista de declaraciones alarmantes en el catálogo trumpista, la amenaza del sábado contra Chicago y su comunidad inmigrante es particularmente ignominiosa. El amago de deportación masiva utilizando los recursos de las fuerzas armadas estadounidenses abre un capítulo doloroso en la campaña de terror contra las comunidades inmigrantes. No sobra apuntar que la de Chicago, como la de Los Ángeles, es mayormente mexicana. Algunos cálculos sugieren que hasta 45% del total de inmigrantes en la gran ciudad de Illinois son de origen mexicano. En Chicago hay comunidades mexicanas de profundo arraigo, como el barrio de La Villita. La amenaza de Trump es doble: contra Chicago y contra sus inmigrantes, en su gran mayoría paisanos de usted, lector, y míos.
Por si eso no fuera suficiente para la indignación, el probable despliegue de miles de tropas estadounidenses en otro gran centro urbano del país (después de Los Ángeles y la capital, Washington) supone una escalada en una de las características más peligrosas de la segunda presidencia de Trump: su identidad como un presidente enfrentado directamente contra parte de su propio país.
Trump y su círculo cercano han insistido en disminuir la presencia de Estados Unidos en el mundo para enfocarse en supuestos “conflictos internos”. Así explicó el gobierno trumpista esta semana la peligrosa decisión de retirar el respaldo a iniciativas de seguridad que protegían a los países bálticos frente a la agresión rusa.
¿A cuáles conflictos internos se refiere Trump? Desde hace meses, la Casa Blanca ha elevado la retórica sobre una supuesta crisis de seguridad en ciudades estadounidenses. La evidencia contradice esa narrativa. Aunque Washington y Chicago no son ciudades plenamente seguras y tienen retos, todos los indicadores de seguridad en ambas van por buen camino. La responsabilidad de mantener el orden corresponde a las fuerzas de seguridad locales, bajo el mando de los gobiernos locales, electos democráticamente. Nada justifica el envío de las fuerzas armadas. No hay tal crisis.
Lo que sí hay es una voluntad de fabricar una crisis con fines políticos. ¿Para qué? La explicación es, de nuevo, alarmante.
El respetado periodista Ron Brownstein tiene una teoría: Donald Trump ha ejercido y sigue ejerciendo la presidencia como un “presidente de guerra”, no contra un enemigo extranjero, sino contra la llamada “América azul”, la parte del país gobernada por los demócratas (las tres ciudades que Trump ha puesto en la mira tienen alcaldes demócratas). Según Brownstein, Trump ha usado el poder federal para castigar y debilitar a los estados y ciudades gobernados por demócratas, imponiendo las prioridades de la América roja-republicana a través de medidas fiscales que golpean especialmente a esos estados, el despliegue de fuerzas federales, además de la manipulación de temas como la pandemia o las protestas sociales. En esta visión, Trump no gobierna como líder de toda la nación, sino como jefe de facción.
Las consecuencias ya son graves, pero podrían ser todavía peores. Si de pronto, en Chicago y otra ciudad similar, una protesta pierde la paciencia y hay actos violentos, Trump podrá tener la justificación que busca para dar otros pasos, todavía más ominosos. Un presidente de Estados Unidos en guerra con parte de su país. Vaya tiempos…
@LeonKrauze
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