Con pétrea solemnidad y bombo y platillo se anunció la “Ceremonia Tradicional de Purificación y Entrega del Bastón de Mando y Servicio a los Ministros y Ministras de la Suprema Corte de Justicia de la Nación”.

Entre humo, copal, caracoles y los que se suponen trajes tradicionales, vimos a los que fueron presentados como médicos tradicionales mixtecos, chinantecos, mazahuas, otomís y otros. Escuchamos: “Para poder salir adelante… pedirles a las deidades, abuelos, ancianos, con el permiso de los guardianes del universo… Si hay alguna energía negativa queda anulada… Que las leyes sean para el bien de México y el Universo… Que nos conectemos con lo divino… La cascada de sabiduría…” (Disculpen que la transcripción sea solo de algunas frases).

Se le solicitó al respetable girar al norte, hacia “la casa del conocimiento, la casa donde viene el pensamiento, también las lluvias y las enfermedades”, luego se solicitó voltear hacia el sur, “la casa del colibrí, la casa de la medicina… al lugar de nuestra madrecita Tonantzin”. Y llegó el momento estelar: los nueve ministros se postraron de rodillas. Se observaron rostros transidos por el abandono, conmocionados por la solemnidad del momento, con los brazos hacia el cielo. Luego se volvió a pedir dar vuelta “hacia la casa de la abuela luna… (para) pedirles a los nahuales que quieran a los ministros… Que pidamos al universo cósmico este cambio que ya era necesario para los pueblos indígenas y afromexicanos”. “Caminemos como hermanos con humildad”. Al final, todos se abrazaron. Cabe decir, aunque resulte anticlimático, que los teléfonos celulares no dejaron de imprimir fotos y que la oradora en todo momento utilizó un micrófono muy efectivo. Dos instrumentos prehispánicos de larga data.

¿Qué fue lo que vimos? No es una pregunta baladí tratándose del máximo tribunal del país. ¿Una representación escolar? ¿un juego demagógico? ¿un divertimento cínico? ¿O realmente se creen que esa ceremonia los puso en contacto con deidades ancestrales y fueron purificados? La representación parecía copiada de la idea que Hollywood tiene de las culturas indígenas (No es novedad. Ya tenemos cada año un gran desfile del día de los muertos extraído de una película de James Bond). Sincretismo, pues, dicen los que saben.

Pero, en fin, cada quien tiene derecho en creer lo que quiera y a buscar el “contacto con sus ancestros” como mejor les convenga. En el terreno de la fe hay que decir como Bora Milutinovic “yo respetar”, porque en efecto se trata de un derecho que ha permitido civilizar nuestras diferencias. Pero a otra cosa están obligadas las instituciones del Estado. Somos, dice la Constitución, una república laica. En 2012, junto a representativa, democrática y federal, se agregó laica, aunque ello ya se desprendía de otros artículos.

Se trata de escindir los temas de la política y los de la fe, la mejor forma de garantizar a cada ciudadano sus creencias religiosas, pero al mismo tiempo separar a las instituciones estatales de las pulsiones que emergen de los diferentes credos. El Estado está obligado a ser imparcial en relación con los diversos dogmas religiosos, y su tarea es la de ofrecer garantías a creyentes (y ateos) para que puedan desarrollar sus respectivas fes. Por ello, cuando un funcionario público accede a un cargo “protesta” hacer cumplir la Constitución, no la Biblia como sucede en otros países. Que quienes serán los encargados de velar por el cumplimiento de la Constitución sean los primeros en violarla, no anuncia nada bueno.

Profesor de la UNAM

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