A ojos de la comentocracia -oficialista y crítica- y de la oposición, la suerte de Adán Augusto López está echada. Debido a su vínculo con Hernán Bermúdez Requena, ex-Secretario de Seguridad de Tabasco cuando López fue gobernador y luego Secretario de Gobernación, pronto será defenestrado de su encargo como líder de Morena en el Senado. O en todo caso, se volverá un zombi político y legislativo: muerto en vida.
Abundan las explicaciones. Primero, Morena no puede permitirse el lujo de cargar con un García Luna bis. Hace tiempo que se sabía de los nexos de Requena con el narco; hace tiempo que fue expedida la orden de aprehensión; resulta inverosímil que Adán Augusto no estuviera enterado. Tan inverosímil como la supuesta ignorancia o inconsciencia de Felipe Calderón.
En segundo lugar, López va de salida porque las declaraciones -con o sin autorización superior- del jefe de la zona militar de Tabasco le ofrecen una magnifica oportunidad a Claudia Sheinbaum para deshacerse de una de las principales imposiciones de López Obrador: Adán Augusto como líder del Senado. Junto con más de medio gabinete, del partido, de casi todo los legisladores de ambas cámaras, de los gobernadores y hasta de sus asesores, AMLO rodeó a su sucesora de aliados, familiares y amigos. Por fin ella dispone de una buena razón para alejar a uno de los candados más poderosos colocados por su predecesor. Lo podría llevar a cabo sin sugerir que se trata de un deslinde: solo de una necesaria separación plenamente justificada.
En tercer lugar, Sheinbaum siempre enfrentó el reto de no disponer de quien se ocupara de sus relaciones con el Congreso. Ambos líderes actuales poseen lealtades e intereses propios, y no hay nadie en Palacio o en el gabinete que cumpla con esa misión o tarea. Al cambiar al líder del Senado se le abre una ventana para designar también a un enlace funcional con el poder legislativo.
Por último, la partida de López Hernández podría servir para atender un supuesto reclamo de Washington, a saber, que empiecen a rodar cabezas de “narco-políticos”, es decir, de funcionarios de alto nivel de este sexenio o del anterior, por complicidad -pasiva o activa- con el crimen organizado. Si una de las exigencias de Trump consiste en la entrega o por lo menos la “ventaneada” de dichos “narco-políticos”, el escándalo de los tabasqueños, el sacrificio del “hermano” de López Obrador, constituye una oferta a la vez fuertemente simbólica y menor frente a otras eventualidades (gobernadores, integrantes del gabinete, encarcelamientos o entregas).
A riesgo de quedar en ridículo, me atrevo a discrepar de este casi-consenso comentocrático. No creo que estén contados los días de López Hernández (ni los de Ricardo Monreal, por cierto). Ambos sobrevivirán en sus cargas, más o menos debilitados o incluso fortalecidos (lo que no te mata te fortalece). No existen condiciones para una ruptura no entre López Obrador y Sheinbaum, sino de los compromisos que asumió AMLO con las demás “corcholatas”. De violarse estos, quedarían en entredicho los demás tanto públicos -Ebrard, Fernández Noroña- como no tanto (otros miembros del gobierno, gobernadores, dirigentes de Morena). No sé si algún día se reunirán las condiciones necesarias y suficientes para ello; hoy no.
Pero el incluir el factor estadounidense en todo esto ilustra la dificultad de la 4T y de otros de entender al vecino. El caso del AIFA, de los slots del AICM, de la imposición de transferir carga a Santa Lucía, de las posibles sanciones a aerolíneas mexicanas, es revelador al respecto. López Obrador aprovechó muy hábilmente la debilidad, senilidad y terquedad de Biden para arrancarle grandes concesiones. Grandes o pequeñas: desde hacerse de la vista gorda ante la deriva autoritaria en México, hasta su aterrizaje en Felipe Ángeles, con su Air Force One y contra la opinión de sus fuerzas armadas y del Servicio Secreto. Obligó a instituciones o empresas norteamericanas a resignarse ante sus ukases, y a Biden a abstenerse de defenderlas.
AMLO pudo forzar a Aeroméxico, Viva y Volaris a desplazarse al AIFA, a costear equipos de tierra en dos aeropuertos, a abrir rutas incosteables; incluso pudo imponerle a la FAA y a Aeroméxico una ruta inexplicable de Santa Lucía a Houston. Es la única: a tres años y medio de inaugurado el nuevo aeropuerto, ninguna línea estadounidense ha trasladado operaciones allá.
Pero ni Biden ni Buttegieg iban a durar toda la vida. Las empresas de carga de Estados Unidos se doblaron, pero no se rindieron. Ahora les toca la revancha. Ese es el problema de fondo. El Gobierno de México puede todavía obligar a cualquier empresario mexicano a hacer lo que le pide, sugiere o exige; a los americanos no, y cada vez menos. Si Washington ha pedido cabezas de la 4T, la de Adán Augusto no basta; si la 4T cree que la DEA es lo mismo que la FAA o los mexicanistas de Biden, desde Salazar hasta Juan González, pronto se sorprenderá.
Excanciller de México
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