Siempre pensé que el caso de Florence Cassez encerró algunos de los peores vicios y prejuicios políticos propios de la vida mexicana. Más allá de si fue o no inocente -yo creo que lo era- y de mis sentimientos personales -contribuí con mi granito de arena a su liberación, como lo señalan Ignacio Morales Lechuga, citado por Héctor de Mauleón, y Jorge Volpi en su espléndido libro, y como lo recordara Daniel Parfait, uno de los embajadores de Francia durante la detención de Cassez- todo estuvo mal. Hasta la fecha.

Pero el caso de Israel Vallarta, hasta cierto sentido, es peor. Ella fue detenida injustamente durante casi ocho años; él, sin sentencia, durante veinte. El hecho de que miles de mexicanos más permanezcan en la cárcel en la misma situación jurídica —poco menos de la mitad de los reos, según varios cálculos— no justifica que el calvario de Vallarta se relativice o se normalice. Sobre todo que cuatro gobiernos sucesivos del PAN, del PRI y de Morena lo mantuvieron preso, incluyendo desde luego el de López Obrador. El que haya sido arrestado por García Luna, la bête noire de AMLO, no obstó para que el exnovio de la francesa siguiera pudriéndose en prisión los seis años amlistas.

Pero si hubiera guardado yo alguna duda sobre el abuso de justicia del que fue víctima Vallarta, el apoyo de Calderón y de los calderonistas, vivos y muertos, a su encarcelamiento, y sus lamentaciones ante su liberación, me convencerían más que nunca. Digo muertos porque si Isabel Wallace hizo campaña a favor de la culpabilidad de Cassez y Vallarta, para mí basta para pensar lo contrario, aunque en general suscribo el clásico dictum: “De mortuis nihil nisi bonum”. Por decenas de razones, nada de lo que haya dicho o hecho Wallace merece el menor respeto, y su apoyo a la causa contra Cassez y Vallarta me bastaría para adoptar la opinión opuesta.

Pero el involucramiento de García Luna, Cárdenas Palomino, Televisa, Cabeza de Vaca y Calderón en el caso me brinda más argumentos. No omito a Fox, ni a Eduardo Medina en la lista de culpables, siendo personajes a quienes les tengo afecto y agradecimiento en un caso, y aprecio por amigos en común en el otro. Fox era presidente cuando el montaje televisivo, y Medina Mora fungía como procurador durante los prolegómenos a —y la visita misma de— Nicolás Sarkozy a México. Como se recordará, la crisis con el Palacio del Eliseo incluyó la cancelación del Año de México en Francia, y la exposición del país en los medios franceses como albergue de la barbarie.

Recuerdo la versión que escuché de una ministra de la Suprema Corte, en una boda hace más de diez años. Había estudiado minuciosamente el expediente, y llegó a la conclusión de que TODO, no sólo el reportaje de Loret —los secuestros, las víctimas, las confesiones, los testimonios, todo— era un montaje. Volpi coincide en términos generales con esta explicación.

El “efecto corruptor” de Zaldívar debió haber bastado para soltar a Vallarta en 2013, junto con Cassez. De la misma manera, el otro “efecto corruptor”, a saber, la condena a García Luna en Estados Unidos, conduce a concluir que todo lo dicho y hecho por él se encuentra manchado —o francamente invalidado.

Sería interesante cotejar los nombres de quienes hoy lamentan la liberación de Vallarta con la enumeración de los comentócratas que aprobaron la guerra de Calderón. Intuyo que se parecen mucho ambas listas. Sus argumentos a favor de la guerra y de la prisión preventiva oficiosa interminable se confunden. En particular uno: ¿Y las víctimas? Olvidan que sin juicio, sin sentencia, sin debido proceso, no hay “víctimas jurídicas”; sólo hay personas que alegan haber sido secuestradas, y que acusan a Vallarta y Cassez como secuestradores.

La 4T saca raja del episodio Vallarta, y efectivamente, se trata de un distractor frente a los retos mucho más serios y trascendentes que enfrenta hoy el país. Sí fueron Calderón y García Luna los responsables del fiasco, y sí se vale recordarlo. Pero no nos equivoquemos. El fin de la breve vida de la presunción de inocencia en México, y de la primacía del debido proceso, ambos ejemplificados por estos acontecimientos, constituye un asunto mayúsculo. Los casos icónicos lo son porque reflejan y simbolizan procesos de fondo. No me encanta encontrarme del lado de Morena en este episodio, pero es por una mejor causa, esa sí completamente contraria a la 4T: el advenimiento de un estado de derecho en México, con un poder judicial independiente, y la vigencia del debido proceso.

Excanciller de México

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