Existen varias maneras de escudriñar los acontecimientos de las colonias Roma y Condesa del viernes pasado. Me interesa la que asocia, como veremos, las actitudes xenófobas y odiosas de algunos de los manifestantes contra la llamada “gentrificación”, con las actitudes también xenófobas y odiosas del gobierno anterior y de este, exaltando la mexicanidad, despreciando a la sociedad norteamericana, y apelando a los peores sentimientos patrioteros de un buen número de mexicanos. Pero antes de enfocar esta vinculación, se imponen un par de consideraciones previas.
No descartó las tesis conspirativas sobre un sector de los manifestantes, ante todo quienes vandalizaron 56 inmuebles en la zona y esgrimieron o gritaron consignas repugnantes. Sobran motivos para sospechar que grupos de choque de la Jefa de Gobierno de la CDMX hayan sido enviados al acto en el Foro Lindbergh y a la manifestación para moverle el tapete a la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega. Está última, como lo recordarán algunos lectores, es de oposición, fue objeto de cuestionamientos electorales por Morena el año pasado, y se ha erigido en una especie de némesis de Clara Brugada. Si no se suma a Morena un día, y es re-electa en el 2027, se convertiría en una poderosa candidatura a la jefatura de gobierno en el 2030. Cosa que a ninguna de las tribus de Morena le conviene. La violencia, los actos de vandalismo, el griterío, evidenciaron la presencia de desorden, ausencia de autoridad, en una palabra desmadre, en la ex-delegación. La gente no suele saber, por ejemplo, que las policías de la capital no responden a los alcaldes.
En segundo lugar, aunque la acepción del término de “gentrificación” en México no es exactamente el mismo que en Inglaterra, donde se originó junto con Estados Unidos, apunta hacia un dilema real. En otras partes del mundo, significa la llegada de jóvenes prósperos, profesionistas, medio hípsters, oriundos de las mismas urbes, a barrios previamente populares o abandonados de los centros de las ciudades, cuya instalación en dichas zonas las transformó por completo (Hackney en Londres, Adams Morgan en Washington, Tribeca o Soho en Nueva York, el Marais o Montmartre en Paris, etc). Surgen viviendas renovadas en edificios restaurados, comercios de lujo, restoranes exclusivos (por su precio), hoteles, bares, oficinas, y, en efecto, una expulsión de los habitantes anteriores hacia colonias de menor costo e ingreso, en muchos casos suburbios alejados. Allí viven los “BOBOS” (bourgeois bohèmes) por ejemplo, de Francia y los DINKs (double income no kids) de Estados Unidos.
No es idéntico el proceso a lo sucedido en la Condesa, y menos en la Roma. Allí llegaron, principalmente a partir de la pandemia, los famosos “nomads”: jóvenes de otros países, huyendo de los cierres de las ciudades ricas del mundo y sobre todo de Estados Unidos, por varias razones. En México podían hacer lo que querían, como William Burroughs, sin que les impidieran salir a la calle, ir a la playa, o los obligaran a hacerse pruebas de Covid, etc: “México es un lugar donde un hombre puede hacer lo que quiera, siempre y cuando no se meta con alguien más importante que él”. Trabajaban a distancia gracias a una conectividad adecuada, comían y bebían rico, y el índice de precios resultaba inferior al de sus lugares de origen. Se ha producido desde entonces una leve metamorfosis de la Condesa, con algunos nuevos o renovados edificios, pero nada a la escala de los ejemplos citados.
Junto con otras causas, tan minuciosamente descritas por Ignacio Morales Lechuga en su columna de EL UNIVERSAL, este proceso detonó un alza de precios de la vivienda, de otros bienes y servicios, y la presencia ubicua de personas en ocasiones diferentes al clásico expat estadounidense, tipo San Miguel Allende o Ajijic: jubilados, respetuosos, acomodados (sin más) e hispanohablantes. Bien lo dice el exprocurador: en una ciudad con un déficit de 250 mil viviendas, en 2023 se autorizaron 6 mil viviendas nuevas. Y el “ugly American” recién llegado anda chancludo, de shorts, no deja propina y no habla español (exagero).
Motivos de resentimiento abundan, pues, para los que realmente habitan la Condesa y padecen las consecuencias de la migración. Pero es absurdo aislar las aberraciones que gritaron algunos manifestantes, reseñadas por Raúl Trejo en NEXOS ayer, de las barbaridades chovinistas de López Obrador y Sheinbaum en los últimos años. Las apelaciones a la superioridad cultural de los mexicanos, a la mayor solidaridad y cariño de la familia mexicana, a la grandeza de los pueblos originarios en comparación con los “búfalos” de Manhattan, a la dependencia de la economía de Estados Unidos de los trabajadores mexicanos, todo ello sin matices, sin contexto, sin vergüenza, conducen directamente a las demencias de los manifestantes: “La práctica gentrificadora es una práctica genocida … Así como está sucediendo en Gaza, así será aquí”. Otra: “¡Estamos hasta la puta madre de todos estos pinches gringos! Vienen a nuestro país a hacer lo que su puta gana se les da. Eso ya no es gentrificación, es colonialismo, es invasión”.
Toda glorificación del pueblo propio induce al desprecio u odio por el pueblo ajeno. López Obrador no contaba con el bagaje cultural para entenderlo. Sheinbaum, sí, por doble partida: universitaria y paisana. Allí están sus cuervos, en el Starbucks de Amsterdam y Sonora.
Excanciller de México