Hace un siglo, en junio de 1925, José G. de la Lama anunció la venta de terrenos en una nueva colonia: la Hipódromo, que se extendía sobre lo que hasta hacía poco tiempo había sido el viejo hipódromo de la Condesa. Por una paradoja del destino, el hipódromo aquel se había inaugurado en noviembre de 1910, justo el mes en que estallaba la Revolución.

Un arquitecto que tuvo la ocurrencia de llamarse José Luis Cuevas, tuvo la segunda ocurrencia de romper de cuajo “con el desprestigiado sistema de emparrillado que desgraciadamente es el único que ha privado hasta hoy en casi todas las ciudades de la República”. Trazó una amplia avenida circular que se llamó Del Hipódromo y que ahora se conoce como Amsterdam: una calle que no lleva a ningún lado porque vuelve siempre sobre sí misma.

El gobierno posrevolucionario buscaba desesperadamente fortalecer el nacionalismo, construir una identidad nacional. Por obra de José Vasconcelos había decretado la exención de impuestos a quienes contribuyeran a desarrollar el estilo neocolonial en la arquitectura, como una forma de volver a lo que el arquitecto Jesús T. Acevedo llamó “las raíces del árbol mexicano”: el barroco.

El neocolonial, sin embargo, no logró prender, fue rechazado por la mayor parte de los arquitectos y quedó atrapado en un conjunto de edificios gubernamentales, algunos de los cuales han sobrevivido las inmensas destrucciones que dejó en la ciudad el siglo XX.

Alfonso Reyes había publicado Visión de Anáhuac en 1920; Antonio Caso, El problema de México y la identidad nacional, en 1924; el propio Vasconcelos acababa de sacar de la imprenta La raza cósmica. Nadie esperaba que la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas celebrada en París ese mismo año sería la respuesta que el gobierno de Obregón andaba buscando.

Unos años antes, Howard Carter había realizado el hallazgo arqueológico más grande de todos los tiempos: el de la tumba de Tutankhamón. El impacto del descubrimiento fue de tal magnitud que el mundo entero se trastornó: despertó un furor por el pasado que no se veía desde que Pompeya fue excavada en el siglo XVIII.

En 1925, la idea del rescate de civilizaciones desaparecidas, llevada entre otras cosas a objetos, utensilios, diseños, vestimentas y elementos arquitectónicos modernos, fue el tema de la Exposición Internacional de París.

Un nuevo estilo artístico, que pronto dominaría no solo la construcción de edificios, sino todos los aspectos de la vida cotidiana, encarnaría la nueva idea de “modernidad”. Se convertiría en símbolo de la vanguardia, del progreso, de la elegancia.

No fue sino hasta 1966 que se le dio el nombre de art déco. Desde 1925, sin embargo, a través de macizas construcciones monolíticas, cargadas de grecas, líneas, mascarones que remitían al pasado prehispánico, comenzó a poblar lo que hoy llamamos colonia Condesa y que consta en realidad de tres colonias distintas: Condesa, Hipódromo e Hipódromo Condesa, a la fecha el mayor reservorio de ese estilo que existe en la Ciudad de México.

La llegada del art decó coincidió con un momento de expansión de la vieja ciudad a través del fraccionamiento de ranchos y haciendas, del frenético surgimiento de nuevas colonias.

El nuevo código arquitectónico, que unía la modernidad con elementos geométricos del pasado prehispánico (líneas, grecas, mascarones) y echaba mano del granito, el mármol, el latón, el aluminio, los cristales esmerilados, el cemento Portland y una hermosa tipografía muy específica, inundó pronto otros territorios de la ciudad, de la mano de arquitectos como Juan Segura, Francisco Serrano, Vicente Mendiola, Manuel Ortiz Monasterio y Carlos Obregón Santacilia.

Dejó su huella en la Roma, la Juárez, la Cuauhtémoc. En Santa María y en la Doctores. En las inmediaciones de la calle de López en el Centro, así como en más de una decena de colonias de aquel tiempo. Hoy, mucho de todo aquello ha sido destruido. En un libro de 2015, la investigadora Carolina Magaña localizó 27 edificios de ese estilo en el centro, ocho en la colonia Tabacalera, sólo tres en la Cuauhtémoc… En la colonia anunciada en 1925 por José G. de la Lama se halla el mayor número de ejemplos.

Hoy, mucho de todo aquello ha sido destruido. Fue el estilo que hechizó a México en los años veintes y treintas del siglo XX. El estilo que a muchos de nosotros, habitantes de otro siglo, nos llenan de recuerdos.

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