Acaba de ser sentenciado a 50 años de cárcel el comisario de seguridad pública de Tlatlaya, Luis Ángel Nicolás Santos. Pero siguen en la impunidad los hermanos Johnny y José Alfredo Hurtado Olascoaga, líderes de la Familia Michoacana, que tienen en ese municipio mexiquense uno de sus santuarios desde hace más de 10 años.

El 21 de agosto del año pasado, dos personas que transportaban cerveza para venderla en Tlatlaya fueron alcanzadas por una patrulla de la policía municipal. “¿Quién les dio permiso? Debieron pedir permiso al patrón. Ya se metieron en un problema”, les dijeron.

Según la denuncia presentada por las víctimas, los propios municipales los entregaron a los tripulantes de tres camionetas que arribaron al lugar vestidos “con uniformes tipo militar”, quienes los despojaron de su mercancía.

La investigación de la fiscalía señala que, bajo las órdenes del director de seguridad, policías municipales de Tlatlaya operaban como halcones del grupo criminal y llevaban a cabo del cobro de extorsiones, en beneficio de la Familia Michoacana.

Nicolás Santos fue uno los objetivos incluidos en el Operativo Enjambre, que se desató el año pasado entre alcaldes y directores de seguridad vinculados a organizaciones como la Familia Michoacana y el Cártel Jalisco Nueva Generación.

Labores de inteligencia revelaron que el comisario se reunía con frecuencia con los hermanos Hurtado, conocidos como El Pez y El Fresa, y de hecho les brindaba protección cuando estos visitaban las fincas y los ranchos que el 28 de marzo pasado les fueron asegurados por elementos de la fiscalía: Las Canchas, rancho dotado precisamente con canchas de tenis; el Rancho Ancona, situado junto a una presa en donde El Pez y El Fresa tenían su Valle de Bravo particular; y el rancho conocido como Los Pinos.

Dichas propiedades habían sido adquiridas a través de prestanombres, “con auxilio de individuos que ostentan cargos de autoridad o de elección popular”.

En 2011, José María Chávez Magaña, El Pony, envió a Johnny Hurtado Olascoaga, al frente de 18 sicarios, a asegurar la frontera con Guerrero, a apoderarse de Tlatlaya y otros cinco municipios del sur del Edomex, y a detener el avance de organizaciones criminales guerrerenses que habían formado parte de la organización Beltrán Leyva.

El Pez descubrió las minas de oro y uranio en los límites de Guerrero y el Estado de México, y sobre ellas comenzó a fincar su poder. Cuando el Pony fue detenido en junio de 2014, los hermanos Hurtado se convirtieron en líderes absolutos del grupo criminal.

Un exteniente de infantería ligado a la Familia Michoacana reveló que El Pez hacía pagos de 140 mil pesos a integrantes del 102 Batallón de Infantería –el mismo involucrado en la masacre de Tlatlaya, que dejó 22 presuntos sicarios muertos en julio de 2014— a cambio de protección.

Tlatlaya fue uno de los municipios que la Familia Michoacana cercó para evitar el paso del Covid-19 a principios de 2020. Era una señal del sitio donde estaban refugiados los hermanos Hurtado.

La filtración de documentos de la Sedena realizada por el colectivo Guacamaya reveló que el Ejército conocía la ubicación y seguía de cerca los pasos de los líderes de la Familia. Los militares conocían el nombre de la niñera de la hija del Fresa, sabían en qué hospital de la Ciudad de México había nacido, sabían en qué tiendas de Perisur la esposa de El Fresa había ido a comprar el mobiliario con que iba a decorar un departamento ubicado en Tlalpan.

Sabían que El Pez había mandado a comprar una televisión Samsung de 82 pulgadas que fue llevada a una de sus casas. Sabían que iba a comprar un par de teléfonos Blackphone para estar en comunicación con su hermano. Sabían incluso de una reunión gestionada por el tesorero de Amatepec, en la que El Pez iba a negociar contratos públicos, en enero de 2019, con los entonces presidentes de Tlatlaya y Amatepec. Sabían que en 2018 adquirió una camioneta Toyota.

En 2016, El Pez fingió su muerte en un enfrentamiento ocurrido en San Vicente Tlalchapa. Se reportó que al lugar había llegado gente con ramos de flores, y en cuentas de redes sociales que supuestamente pertenecían a sus hijos se confirmó su deceso.

Dos meses después dejó en Tlatlaya dos muertos con una narcomanta dirigida a los entonces secretarios de la Defensa y Marina: “Ahí les dejo su cena de navidad… les doy 24 horas para que se retiren y si no los voy a empezar a matar en emboscadas… con su padre nunca van a poder. Atte. El Pez”.

A pesar del monitoreo constante, la orden de ir por los hermanos no llegó jamás. A lo largo del sexenio pasado, en la edad de oro de los “abrazos no balazos”, el poder de La Familia Michoacana se extendió sin freno. El excomisario de seguridad de Tlatlaya acaba de ser condenado a 50 años: un hito en la Operación Enjambre. Pero el caso da para más. Para muchísimo más.

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