Es curioso cómo los periodos papales son una suerte de calendario paralelo al de la historia. Católico hasta en (o por) sus contradicciones, el enfático Ramón López Velarde (RLV) vivió a sus 15 años la muerte del ahora súbitamente célebre papa León XIII en 1903. Más tarde, en una minuta titulada “Nochebuena” se declaró conmovido ante “los Pontífices Romanos” que le parecen “los últimos representantes de la edad heroica”. Se refería a quienes llama el Papa XIII, el Papa X y el Papa XV, sustituyendo sus nombres por sus numerales. ¿Por qué? A saber: un misterio más de su escritura y su alma claroscuras.

El primero es León XIII, cuyas pupilas tienen “una intención jocosa” (pues solía retratarse sonriendo) y abrieron las suyas “a la lumbre del sol”, a la luz moderna. Luego viene Pío X con su “frente ancha y rural”, quien reinó hasta 1914 y que “presidió nuestro conocimiento de los acres frutos vedados”. ¿Aludiría a su veneración compartida por la Virgen María como éxtasis de la “femineidad eterna”? Y finalmente Benedicto XV, a quien llama “el Papa de la Muerte”, pues vivió con su iglesia la agonía de la primera guerra. (Por cierto, el parecido facial entre aquel Benedicto y el nuevo León es tan grande como pequeña la diferencia entre un XV y un XIV.)

Católico clasemediero y educado, RLV se formó en el Seminario Conciliar de Guadalupe de Aguascalientes estudiando las encíclicas de León XIII, cargadas de “ideas modernas”, como Rerum novarum (1891) y Libertas (1888) en la que rugió que la libertad “es el más elevado de los dones humanos”, por lo que “la Iglesia propicia las libertades civiles” y juzga que las formas democráticas de gobierno son las mejores, a condición de que acepten a la doctrina católica como norma para el “bienestar”.

López Velarde se alineó con los periodistas y poetas provincianos (como Enrique González Martínez o Francisco González León) que desdeñaban a los capitalinos que practicaban el “modernismo”, esa palabra que para el décimo Pío era “el nombre propio de la herejía contemporánea por excelencia”. En el ocaso de la tiranía de don Porfirio, nuestro poeta, a la vez dizque “nacional” y sinceramente reaccionario, milita en el Partido Católico Nacional (PCN, al que Madero declara “el primer fruto de las libertades que hemos conquistado” y que lo postularía a la presidencia. Un párrafo de León XIII apretaba su ideología: “no es malo preferir una forma democrática de gobierno si se sostiene a la doctrina católica como origen y ejercicio del poder. De las variadas formas de gobierno, la Iglesia no rechaza ninguna que contemple el bienestar de las personas; sólo desea —como lo ordena la naturaleza— que lo hagan sin dañar a nadie y, en especial, sin violar los derechos de la Iglesia.”

El poeta llenó la prensa con escritos en favor de la clase media y del obrero, celebró el criollismo cultural y agrario y azuzó la desconfianza en toda forma de la modernidad, en los “yankees” y en la industralización (el establo vs. el petróleo ). Sostenía escaramuzas contra liberales y jacobinos, denunció la corrupción y la ineptitud de los gobiernos federal y local y criticaba al positivismo y, como León XIII, a la triada fatal: “comunismo, socialismo y masonería”.

Y sobre todo, defendió a la iglesia como formadora de la nacionalidad y como la tutora esencial en las escuelas, así como otras ideas que podía (y según los católicos, debían) conducir a México hacia una realidad más acorde con esa fe que, para ellos, contenía la verdad última del alma mexicana.

¡EL UNIVERSAL HIDALGO ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News