En algunos de sus escritos sobre México, reunidos en El peregrino en su patria, octavo volumen de sus Obras completas (1994), Octavio Paz describe el proceso de transición hacia la anhelada democracia, la misma que hoy (a mi parecer) agoniza, no sin haber sido oficialmente declarada por sus detentadores “la mejor democracia del mundo”.

Reeproduzco algunas de sus ideas. Ante las sombrías elecciones de 1988, Paz celebró los avances de la oposición (hoy agonizante) y el pasmo del PRI. “Tengo 74 años y nunca había visto, en México, algo semejante”, escribió, “el voto secreto y libre de los mexicanos acabó, en un día, con el sistema de partido único”. Y luego dijo con explicable ufanía: “Comenzamos ahora a dar los primeros pasos en un territorio desconocido: el régimen pluralista de partidos.”

Ese territorio entonces desconocido (pienso yo) ha sido ya topografiado por el nuevo partido único, ese MoReNa pantomima de su padre y copia deteriorada de su autoritario ADN.

Se preguntaba Paz: “Después de haber liquidado de una manera pacífica una tradición política que duró más de medio siglo, ¿seremos capaces de convivir en una democracia abierta, con todos sus riesgos y limitaciones? El pluralismo es relativismo y el relativismo es tolerancia. En las democracias modernas no hay verdades absolutas ni partidos depositarios de esas verdades (...) en nuestra historia ni los vencedores ni los vencidos aceptaron nunca que sus triunfos y sus derrotas eran relativos y provisionales. Con la excepción de Madero, la legitimidad de nuestros presidentes ha sido, por lo menos, dudosa.”

Ayer reapareció el que nunca duda, El Supremo depositario y oráculo del pueblo, y al hacerlo se manifestó como el primer Supremo transexenal, una boca hecha de puerilidad narcisista y complejo de grandeza (este afán de calificar todo lo que se le ocurre de “histórico” y de fantasear que México es la única medida confiable del ancho mundo), una boca convencida de que por ella habla siempre la verdad absoluta.

Si el MoReNa suplantó lo peor del PRI, su Supremo suplantó hasta lo mejor: la resignada conciencia de que su poder era sexenal. Su esplendorosa reaparición rebasó un límite antes sacrosanto: los presidentes podían ser dictadores constitucionales, pero nunca caudillos, explicaba Paz. Bueno, pues ayer su caudillismo fue proclamado a la ciudad y al mundo y así lo reiteró su acaudillada. No son la voz del pueblo, pero sí tienen el monopolio de su interpretación: la voz del pueblo como propiedad privada.

Quizás repetiría Paz en 2025 lo que escribió en 1988: “En México hay un horror que no es excesivo llamar sagrado a todo lo que sea crítica y disidencia intelectual; una diferencia de opinión se transforma instantáneamente e insensiblemente en una querella personal. Esto es particularmente cierto por lo que toca al presidente: cualquier crítica a su política se convierte en sacrilegio, una veneración que desaparece al ceder el puesto a su sucesor.” Pero claro, si ahora ejercemos la crítica y la disidencia, los ventrílocuos cacarean que ello prueba la tolerancia del Supremo y su sombra; que se trata de una concesión graciosamente otorgada por Su Supremacía, no por las décadas de trabajo y sangre que nos tomó hacernos de ese derecho.

Como antes los tiranuelos del PRI, los actuales mandamases y mandamasas del MoReNa tienen todo a su favor. Decía Paz que, además del ejecutivo, tienen “el Senado y la Cámara de Diputados, dos cuerpos parlanchines y aduladores que jamás han ejercitado crítica alguna, mientras que el poder judicial es mudo e impotente”.

Y bueno, que así lo siga siendo se convirtió ayer en Constitución...

Guillermo Sheridan

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