En los hechos, resulta ser falacia la frase aquella de que “al presidente le vaya bien, para que al pueblo le vaya bien” porque la realidad es diferente.
Hasta ahora, a ningún expresidente de México le ha ido mal y que bueno; Sin embargo, ninguno de ellos vive en situación de pobreza como sí ocurre con las mayorías en el país.
La realidad de estos políticos contrasta con la de amplios sectores de la sociedad mexicana, cuya condición económica es de incertidumbre y también de precariedad.
Así ocurre con la inmensa mayoría de los campesinos de Apan, que históricamente se han dedicado a la siembra, cultivo, cosecha y venta de cebada; un grano cuya calidad es altamente preciada en los mercados internacionales, pero que lamentablemente es muy mal pagado localmente.
Esta situación tiene a contracorriente a miles de familias campesinas del Altiplano hidalguense.
En esa región del estado, la zozobra entre los campesinos y la población, comenzó a finales de noviembre en 2017, cuando en la extinta residencia oficial Los Pinos, el entonces presidente de México, Enrique Peña Nieto, conoció las maquetas de un proyecto para construir una planta cervecera en la comunidad de Acopinalco, enclavada en el municipio de Apan.
En el sitio, se anunció que “los mejores años para Apan estaban por venir”, se habló de la creación de miles de empleos y también de que los productores de cebada tenían tanto sus cultivos, como la venta de sus cosechas aseguradas; Ocho años después la situación es diferente.
En el proceso de construcción de ese desarrollo cervecero, hubo también grupos ambientalistas que acusaron el riesgo que implicaba para el acuífero del Altiplano la operación de la planta, dados los miles de litros de agua necesarios para la elaboración de un producto, que más que beneficiar a la gente de Apan, genera utilidades para una trasnacional.
Hoy, la discusión se centra en la cebada, donde los productores del grano atraviesan por una realidad que da pasos hacia atrás, donde prácticamente han tenido que caminar como “el cangrejo”.
Hasta hace dos años, los cebaderos tenían un precio de garantía que superaba los nueve mil pesos por tonelada del producto, en 2024 el precio era mayor a ocho mil, pero para este año y con una serie de trabas, la trasnacional determinó la compra a los comerciantes (que no a los campesinos) en siete mil quinientos pesos, promedio.
Pese a ello, la realidad para los verdaderos campesinos, es que sus ingresos por tonelada no superan los cinco mil pesos, ya que cuando el producto no es recibido a tiempo la humedad del grano se modifica, y entonces la cebada es rechazada.
La salida es rematar el producto como alimento para vacas, es decir, convertirlo en forraje y en consecuencia para los labriegos las pérdidas son mayores.
Peor aún, es la denuncia pública en la que se ha señalado a la trasnacional de presumiblemente importar o compra el grano en otros lugares, pero no en los llanos de la altiplanicie, como se prometió desde el anuncio del proyecto.
Esa es la condición que mantiene en vilo a los hombres del campo en Apan, donde la realidad es semejante a los óleos del Doctor Atl, que en el siglo pasado pintó al Altiplano con sus paisajes de aridez y de pobreza.
Y del “conclave” de MORENA donde se reafirmó la “Pobreza Franciscana”, Noroña se fue en una Volvo híbrida, mientras que otros escondieron el reloj Cartier.
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