¿Qué tenía más importante que hacer Andy López Beltrán el fin de semana que Morena definía su futuro rumbo a 2027?

En el Consejo Nacional del partido —ese que su padre fundó y desde donde se busca blindar el legado de la llamada Cuarta Transformación— brillaron por su ausencia dos figuras clave: Ricardo Monreal; político con oficio y trayectoria, pero tal vez el miembro más marginado del movimiento actualmente; y Andy, el hijo del expresidente y heredero tácito de un capital político que no construyó, pero del que se ha beneficiado ampliamente (él y sus amigos empresarios, sin que hasta ahora hayan sido investigados).

Monreal, al menos, envió una carta. Argumentó que tenía planeado un viaje, donde asistió a un restaurante de un lujoso hotel en Madrid —vaya irónica excusa—. Andy ni eso. Ni un tuit, ni una explicación. Su silencio no es solo desdén: es soberbia. Es una declaración silenciosa de poder. Es la certeza de que, haga lo que haga, el apellido lo respalda. Aunque tal vez esté por descubrir que el obradorismo no se sostiene solo de árboles genealógicos.

Mientras Luisa María Alcalde, dirigente nacional del partido, intentaba mostrar autoridad, cohesionar a las tribus internas y marcar reglas claras contra el despilfarro y el nepotismo, Andy se desmarcó. Se borró. Y su ausencia fue, en realidad, una presencia incómoda: la del privilegio que se cree incuestionable.

Los machos del movimiento abandonaron a la dirigencia femenina en uno de los momentos más importantes del partido. Todos, menos uno y no de buena gana : Adán Augusto López, el senador morenista que alguna vez se sintió presidenciable; hoy reducido al papel de soldado obediente. Fue el único que alzó la voz… no para cuestionar, sino para rendirse: “Hay que cerrar filas con la presidenta”, dijo. Palabras que saben más a resignación que busca perdón.

Morena dice querer institucionalizarse, pero si quienes presumen ser sus pilares no pueden siquiera cumplir con lo básico —asistir, dar la cara y rendir cuentas— y desmarcarse del linaje y los silencios estratégicos, lo que queda es un cascarón donde los ausentes también gobiernan… aunque sea desde la sombra.

@azucenau

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