En Tabasco, cambiar de gobierno no ha sido sinónimo de cambiar el rumbo. La violencia sigue más feroz, más numerosa, más impune. El discurso del “nuevo comienzo” que trajo Javier May al asumir la gubernatura en 2024 se desvaneció en cuanto comenzaron a caer los primeros asesinados.
Ese año el estado cerró con 892 homicidios dolosos, según cifras del gobierno federal. Casi cuatro veces más que los registrados en 2023. Y en lo que va del 2025 ya suman 348 asesinatos.
Decir que se está “conteniendo la violencia” porque en abril de este año hubo menos homicidios que en el mismo mes del año pasado —por cierto, el abril más sangriento en la historia reciente del estado— es una falacia. Asomarse desde el infierno no significa estar en el paraíso. Porque más allá de los números, lo que sigue desbordándose en Tabasco es la sensación de abandono, de una sociedad que se ha acostumbrado a mirar hacia otro lado cuando alguien desaparece, cuando alguien es ejecutado. Y aunque las autoridades quieran descalificar las mediciones del Inegi —tachándolas de tendenciosas—, es Villahermosa la ciudad donde sus habitantes se sienten más inseguros.
Y mientras los homicidios reventaban los conteos oficiales el año pasado, otra cifra crecía en las sombras: las desapariciones. Desde octubre hasta ayer 14 de mayo, el estado sumó 306 desaparecidos a la lista del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), es decir, un aumento de poco más del 9 por ciento. La cifra claramente no disminuye, y por ello aún estremece, porque son las familias las que siguen buscando a quienes el Estado, con todas sus instituciones, no ha querido encontrar.
Sí, el gobierno de Javier May recibió un problema. Pero en lugar de enfrentarlo y combatirlo, lo agravó. La seguridad en Tabasco ya era frágil durante los mandatos de Adán Augusto López Hernández y Carlos Manuel Merino, quienes apostaron a la militarización y a los discursos elocuentes. Sin embargo, hoy la situación es peor, y el gobierno actual no puede seguir escudándose en el pasado para justificar su falta de resultados.
Lo más preocupante es que no hay una estrategia visible, pues en su lugar hay boletines optimistas, algunos operativos y una creciente distancia entre el poder y la ciudadanía que vive con miedo. Sin mencionar los constantes ataques contra los periodistas, a quienes el gobernador acusa de “callar como momias” los días que no se registran homicidios —como si el oficio contemplara aplaudirle al gobierno, y no exigirle rendir cuentas y entregar resultados.
En Tabasco, el crimen se ha normalizado y la tragedia se administra con frialdad burocrática. ¿Hasta cuándo será aceptable que un gobierno presuma bajar la violencia después de provocar su pico más alto? ¿Hasta cuándo seguirán los desaparecidos siendo estadísticas y no emergencias? Tabasco no necesita nuevos gobernantes: necesita gobernabilidad. No necesita promesas: necesita respuestas.
La realidad es terca. Y hoy grita a sus gobernantes: ¡Buitres!
@azucenau
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