Uno de los personajes más interesantes del panorama político europeo durante el siglo XIX fue el ruso Alexander Herzen (1812-1870), uno de los primeros intelectuales en otorgar a la convicción de la libertad individual un lugar primordial en el desarrollo de su pensamiento y de su actuar. Isaiah Berlin enfatizó que el rasgo característico de su temperamento era su repudio a cualquier forma de opresión, ya fuera social o política, y lo describió como “un escritor genial [...]. Como editorialista, no tuvo igual en su siglo. Poseyó una peculiar combinación de imaginación desbordada, capacidad de observación minuciosa, pasión moral y gozo intelectual. [...] Casi por sí sólo creó la tradición y la ideología de la agitación revolucionaria sistemática, fundando así el movimiento revolucionario en Rusia”.
El compendio de sus reflexiones y textos autobiográficos lleva por título “El pasado y las ideas”, en él se intercalan los hechos históricos que le dejaron huella con su sentido de independencia y gusto por la variedad, su admiración por la espontaneidad, la pasión y el orgullo de los hombres libres, en contraste con su desprecio por el conformismo, la sumisión, la violencia arbitraria de la tiranía y, sobre todo, la reverencia a las instituciones del pasado y el sectarismo que caracterizó a sus contemporáneos conservadores.
Herzen pasó su infancia escuchando relatos acerca de la invasión napoleónica a Moscú y la posterior victoria de las tropas zaristas. Creció en un ambiente aristocrático atendido por la servidumbre y observando las injusticias de que era objeto el campesinado. Pese a su temprano interés en la política agraria e internacional, se inscribió en la facultad de física y matemáticas de la Universidad de Moscú, donde presenció la frívola recepción que se organizó en honor a Alexander von Humboldt, quien “estaba interesado en conversar sobre sus observaciones en torno al comportamiento de la aguja magnética […] pero el rector lo arrastró a un rincón para mostrarle no sé qué trenzado a partir de los augustos cabellos de Pedro I”.
Su etapa universitaria resultó decisiva en la conformación de su idiosincrasia, pues se encontró con un medio sofocante y persecutorio hacia cualquier manifestación de discrepancia con la tradición eslavófila. Luego de participar en una fiesta en la que se entonaron cánticos despectivos contra el zar Nicolás I, recibió una condena que consistió en “el destierro a una comarca distante [Perm], donde entraría en el servicio público y sería sometido a la vigilancia permanente de las autoridades locales”. Después de múltiples desencuentros con las fuerzas del orden, Herzen abandonó definitivamente Rusia en 1847.
En el exilio, su sensibilidad estuvo marcada por el “idealismo de su generación que brotó del creciente sentimiento de culpa hacia el pueblo”, actitud que lo llevó a fundar la primera imprenta antizarista de Europa. En su condición de emigrado, fue testigo del surgimiento y las consecuencias de las revoluciones de 1848, luego de las cuales concluyó: “El anquilosamiento de las ideas es propiedad de la religión y los doctrinarios. [...] La verdad real tiene que emanar de los acontecimientos y debe reflejarlos mientras permanece fiel a sí misma. De lo contrario, no será una verdad viva, sino una verdad eterna ajena al desasosiego de este mundo, mientras se refugia en el silencio muerto de un estancamiento sagrado”. Falleció a los 57 años, luego de haber luchado por la libertad humana, alejado de idealismos fútiles.
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