Al escuchar la palabra “inquisición” es común que se le asocie a la quema de brujas que por tantos años se ha dibujado en el imaginario colectivo. En su libro Persecución y modorra. La inquisición en la Nueva España (Turner, 2019), Úrsula Camba Ludlow —doctora en historia por el Colegio de México y prolífica divulgadora— desmitifica la severidad que se supone caracterizaba al Santo Oficio durante el periodo novohispano. A lo largo de 24 capítulos, la autora relata la cotidianidad de dicha institución y algunos de sus casos más populares.
La religión oficial dentro del Imperio Romano en el siglo IV era el cristianismo. Esto no significó que no hubiese otros dogmas o creencias, lo cual no era conveniente para el Papado. Por ello se mandaban representantes de la Iglesia a indagar sobre aquellos que no se apegaban a los estatutos cristianos, quienes eran considerados herejes. Las dos órdenes más sobresalientes en esta tarea inquisitoria fueron los franciscanos y los dominicos, agrupaciones que tenían como objetivo, en principio, “predicar el Evangelio y la pobreza de Cristo”.
La Inquisición, que llegó en el siglo XVI a la Nueva España, se vio afectada por varias complicaciones para cumplir sus fines, como la extensión del territorio, la diversidad de climas y un gran número de habitantes a los cuales evangelizar. Por otro lado, su plantilla en la metrópoli era muy escasa y con poco apoyo económico. Esto marcaría una enorme diferencia entre las prácticas persecutorias de la península y los territorios americanos.
Los delitos más comunes que se castigaban eran la bigamia y la blasfemia, y dentro de los más graves se encontraban el judaísmo y la herejía. Un suceso importante, que sin duda marcó un precedente para los novohispanos, fue la decisión que tomó el primer inquisidor Juan de Zumárraga, al condenar al líder de Texcoco, nieto de Nezahualcóyotl, a la hoguera en 1535. Este hecho indignó a la sociedad e incluso a la Corona española. Así, se estableció que ningún indígena podía ser sometido a juicio, debido a que “eran ignorantes del cristianismo”.
No obstante, los demás grupos sociales no estaban exentos de una pena. Un caso común era castigar a las mujeres por el uso de remedios caseros para aliviar las enfermedades, ya que “confinadas mayormente al espacio doméstico, buscaban hacerse dueñas de lo único que podían controlar y administrar cabalmente: su propio cuerpo”. Por ejemplo, sobresale la historia de Nicolasa, una mulata que no fue sentenciada a muerte, pero sí paso un tiempo en reclusión.
La mayoría de los presos eran judíos, los cuales inmigraron con la idea de que no serían acosados, sin embargo, eso no fue así. En 1589, Luis de Carvajal, fundador y gobernador del Nuevo Reino de León, junto con su hermana y sus siete sobrinos, fueron hostigados incesantemente. Para reducir su pena, los Carvajal delataron a varios de sus amigos y familiares. “El auto más espectacular” contra esta comunidad religiosa ocurrió en 1649, cuando se aplicaron 109 sanciones, “desde los azotes, el destierro, las multas y la imposición del sambenito”. Se calcula que a dicho evento asistieron cerca de 20 mil espectadores, entre ellos el virrey.
Aunque los vicios y corrupciones de la Inquisición en la colonia eran muy notorios —lo que supuso una revisión exhaustiva desde las autoridades del reino—, su ineficacia fue tal que Camba Ludlow deja en claro que este organismo virreinal nunca fue “una maquinaria letal” como ahora se dice.
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