Donald Trump enfrenta una encrucijada: por un lado, la opinión pública le está dando la espalda a algunas de sus políticas emblemáticas; por el otro, su base más fiel –el movimiento MAGA (Make America Great Again)– exige que no ceda un ápice en esas posturas duras. Dos ejemplos recientes ilustran este dilema: la migración indocumentada y el caso Jeffrey Epstein.

Trump ha hecho de la mano dura contra la inmigración ilegal su bandera principal, y en su nuevo mandato presume haber sellado la frontera sur: las detenciones y deportaciones van en aumento, e incluso se reportan migrantes optando por la “autodeportación”.

Sin embargo, la opinión pública parece haber girado en contra de tanta dureza anti-migrante. Una encuesta de Gallup revela que solo 30% de los estadounidenses quiere disminuir la inmigración que actualmente existe, 25 puntos menos que hace un año. Además la encuesta de Gallup muestra que 79% de los estadounidenses la considera positiva para el país. Cerca del 70% de los independientes rechazan la estrategia de “sacarlos a todos”, contrario a la línea inflexible de la base MAGA.

Trump sabe que es inviable —logística y económicamente— deportar a millones de personas que hoy trabajan y pagan impuestos. Su secretaria de Agricultura, Brooke Rollins, le ha advertido del golpe económico que vendrá si continúan sus redadas que han aterrorizado a muchos trabajadores y otros asesores le señalan que una purga migratoria total en un país con pleno empleo no es una buena estrategia. Como salida, propone agilizar visas de trabajo temporal para calmar a los empresarios preocupados por la falta de personal mientras siguen las redadas. Pero esta medida no cambia la percepción pública ni resuelve el dilema de fondo. Al final, cualquier moderación se interpreta como traición por parte de su base. Trump está atrapado: ceder ante la opinión general –que acudirá a votar en las intermedias– o seguir implacable para no enfurecer a los suyos.

Para colmo, Trump enfrenta ahora el enojo de su base por la teoría de la conspiración de Jeffrey Epstein. Desde 2019, círculos MAGA sostienen que Epstein —acusado de tráfico sexual— no se suicidó en prisión, sino que fue asesinado para proteger a una red de clientes poderosos supuestamente encubierta por el “Estado profundo” con la complicidad del gobierno Biden. “Epstein no se suicidó” se volvió un mantra, alentado por el propio Trump, quien insinuó que al volver al poder revelaría la lista secreta de clientes y la “verdad” sobre la muerte de Epstein.

Ya en el poder, Trump nombró a Pam Bondi como Procuradora General y a Dan Bongino como Subdirector del FBI, dos figuras que habían impulsado las teorías de la conspiración. Sus nombramientos alimentaron la expectativa de que ahora sí se destaparía la verdad oculta. Pero en su primera rueda de prensa sobre el caso, Bondi y Bongino admitieron que no existe tal lista de intocables y concluyeron que Epstein se quitó la vida.

La base MAGA reaccionó furiosa. Voces influyentes de la derecha —Tucker Carlson, Megyn Kelly— clamaron indignadas, insinuando que Bondi y Bongino fueron cooptados por el “Estado profundo” que prometían combatir. La ironía es cruel: tras años acusando a otros de encubrimiento, ahora son sus propios paladines quienes aseguran que no hay nada más que revelar.

En ambos frentes migración y Epstein— la base que fue fortaleza de Trump amenaza con volverse su talón de Aquiles cuando las expectativas que él alimentó chocan con la realidad. Trump busca equilibrar contentar a MAGA con atender la realidad que le exige el resto del país. Siendo un mago para salirse de conversaciones complicadas, no sorprende que por esta cuerda floja que tiene que caminar con sus simpatizantes, ahora Trump prefiera hablar de nuevo de aranceles y fentanilo.

@AnaPOrdorica

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