Álvaro Bardales

Fieles hasta el final: los difuntos de cuatro patas

En muchos hogares mexicanos, los altares de Día de Muertos ya incluyen un espacio para las mascotas que fueron parte de la familia.

Álvaro Bardales
31/10/2025 |00:28
Alvaro Bardales
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Del 27 de octubre al 2 de noviembre, los altares se llenan de flores de cempasúchil, velas y retratos de quienes partieron antes que nosotros, pero en muchos hogares mexicanos, junto a las fotografías de abuelos, padres o amigos, hay también un espacio pequeño, casi secreto, dedicado a los fieles difuntos que caminaron en cuatro patas o dos volaron o nadaron: las mascotas que fueron familia.

El Día de Muertos evolucionó, se recuerda a las almas humanas y también a las almas de esos compañeros que nos enseñaron la lealtad sin palabras y el amor sin condiciones, en muchos pueblos y ciudades, los altares incluyen sus fotografías, croquetas, semillas, pelotas, jaulas vacías, collares, bebederos y mantas viejas, no son ofrendas simples; son símbolos de un vínculo que ni la muerte logra borrar.

El altar de los fieles compañeros, en Pachuca, en la sierra, en la Huasteca y en todo México, cada vez más familias colocan pequeñas velas para “el güero”, “Michi”, “Yago” o “el greñas”. Los niños escriben cartas o dibujan su recuerdo; los adultos, en silencio, vuelven a escuchar el eco de sus pasos o el ronroneo que los acompañaba en días difíciles.

Los pueblos indígenas creían que los perros Xoloitzcuintle ayudaban a cruzar el río de los muertos en el Mictlán, hoy, esa idea resurge con fuerza: se dice que los animales también regresan estas noches para cuidar a sus dueños y recordarles que el amor no muere, sólo cambia de forma.

Perder una mascota es un duelo invisible, pocas veces se le concede el mismo respeto que a una pérdida humana, pero el dolor es real, profundo y silencioso, se deja una huella profunda en el corazón, ellos saben que sientes, que necesitas, son tus compañeros y amigos, recordar a las mascotas difuntas no es sentimentalismo; es reconocer que la vida compartida con otro ser vivo deja huella.

Muchos encuentran consuelo al montar su altar, al encender una vela o al plantar una flor en el jardín donde alguna vez jugó su amigo peludo, es un acto de reconciliación con la memoria, una manera de decir “gracias” y “hasta pronto”.

La eternidad tiene huellas, quizá el cielo, como escribió Sabines, también tiene rincones llenos de ladridos y maullidos, quizá cada mascota espera, paciente, el reencuentro, mientras tanto, aquí en la tierra, el Día de los Fieles Difuntos se vuelve más tierno, más completo: un puente que une a los humanos con sus ancestros y a las almas que un día nos lamieron la tristeza, nos despertaron con alegría o cabalgaron con nosotros.

No hay ausencia más pura que la del amigo peludo que partió; dejó su plato, su manta, su rastro, y un amor que aún respira entre las sombras, cuando el último cempasúchil caiga, y el aire de noviembre apague las velas, sabremos que siguen aquí, fieles como siempre, hasta donde alcanzan las huellas.

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