Del 27 de octubre al 2 de noviembre, los altares se llenan de flores de cempasúchil, velas y retratos de quienes partieron antes que nosotros, pero en muchos hogares mexicanos, junto a las fotografías de abuelos, padres o amigos, hay también un espacio pequeño, casi secreto, dedicado a los fieles difuntos que caminaron en cuatro patas o dos volaron o nadaron: las mascotas que fueron familia.
El Día de Muertos evolucionó, se recuerda a las almas humanas y también a las almas de esos compañeros que nos enseñaron la lealtad sin palabras y el amor sin condiciones, en muchos pueblos y ciudades, los altares incluyen sus fotografías, croquetas, semillas, pelotas, jaulas vacías, collares, bebederos y mantas viejas, no son ofrendas simples; son símbolos de un vínculo que ni la muerte logra borrar.
El altar de los fieles compañeros, en Pachuca, en la sierra, en la Huasteca y en todo México, cada vez más familias colocan pequeñas velas para “el güero”, “Michi”, “Yago” o “el greñas”. Los niños escriben cartas o dibujan su recuerdo; los adultos, en silencio, vuelven a escuchar el eco de sus pasos o el ronroneo que los acompañaba en días difíciles.
Los pueblos indígenas creían que los perros Xoloitzcuintle ayudaban a cruzar el río de los muertos en el Mictlán, hoy, esa idea resurge con fuerza: se dice que los animales también regresan estas noches para cuidar a sus dueños y recordarles que el amor no muere, sólo cambia de forma.
Perder una mascota es un duelo invisible, pocas veces se le concede el mismo respeto que a una pérdida humana, pero el dolor es real, profundo y silencioso, se deja una huella profunda en el corazón, ellos saben que sientes, que necesitas, son tus compañeros y amigos, recordar a las mascotas difuntas no es sentimentalismo; es reconocer que la vida compartida con otro ser vivo deja huella.
Muchos encuentran consuelo al montar su altar, al encender una vela o al plantar una flor en el jardín donde alguna vez jugó su amigo peludo, es un acto de reconciliación con la memoria, una manera de decir “gracias” y “hasta pronto”.
La eternidad tiene huellas, quizá el cielo, como escribió Sabines, también tiene rincones llenos de ladridos y maullidos, quizá cada mascota espera, paciente, el reencuentro, mientras tanto, aquí en la tierra, el Día de los Fieles Difuntos se vuelve más tierno, más completo: un puente que une a los humanos con sus ancestros y a las almas que un día nos lamieron la tristeza, nos despertaron con alegría o cabalgaron con nosotros.
No hay ausencia más pura que la del amigo peludo que partió; dejó su plato, su manta, su rastro, y un amor que aún respira entre las sombras, cuando el último cempasúchil caiga, y el aire de noviembre apague las velas, sabremos que siguen aquí, fieles como siempre, hasta donde alcanzan las huellas.
Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL HIDALGO ya está en WhatsApp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.