Durante muchos años, la historia de México se contó con un solo lente: el de los hombres. Presidentes, generales, próceres y, junto a ellos, casi siempre en letra pequeña, aparecían las mujeres, presentadas como acompañantes, esposas, sombras. Por eso, el decreto que nombra al 2026 como Año de Margarita Maza Parada no es un simple trámite administrativo: es un acto de justicia.

Por primera vez, el nombre de Margarita aparece sin el apellido de Juárez, no como “la esposa de”, no como un complemento, sino como una mujer completa, con historia propia, con carácter, con decisiones y con una vida entregada a la patria, así de directo: Margarita Maza Parada, solo ella.

Y eso importa. ¡Claro que importa mucho! Porque Margarita no fue una figura decorativa, fue una mujer fuerte en tiempos difíciles. Cuando el pueblo estaba en guerra, cuando la República se defendía a pedazos, ella organizó ayuda para soldados heridos, sostuvo a su familia en el exilio y enfrentó la pobreza, el desarraigo y la persecución. Desde fuera del país, defendió la causa del pueblo ante gobiernos extranjeros, hizo política sin cargo, patria sin uniforme y resistencia sin discursos.

Como miles de mujeres mexicanas, hizo lo que tenía que hacer, sin reflectores. Que hoy el Estado mexicano la reconozca con su propio nombre es una señal clara: ya no necesitamos poner a las mujeres detrás de un hombre para validarlas, no necesitamos apellidos prestados ni pesos históricos ajenos. Las mujeres valen por lo que son, por lo que hacen y por lo que sostienen.

No es casual que este reconocimiento llegue en un momento en que México es gobernado por una mujer, Claudia Sheinbaum Pardo. No es casual que el discurso público empiece a cambiar, que la memoria se revise, que las mujeres empiecen a ocupar el centro de la historia y no solo las orillas.

Este 2026 y los próximos cuatro años no es solo de Margarita Maza Parada; es el tiempo de las mujeres que sostuvieron hogares mientras otros hacían política, de las que resistieron sin aplausos, de las que nunca salieron en los libros pero hicieron posible que este país existiera.

Que su nombre esté en documentos oficiales, en escuelas, en actos públicos, es un mensaje poderoso para las niñas y jóvenes: sí hubo mujeres antes, sí importaron, sí cuentan.

Hoy el pueblo dice algo que tardó demasiado en decir: es tiempo de mujeres, es tiempo de nombrarlas bien, es tiempo de reconocerlas en las candidaturas y puestos de altura, solas, firmes, de pie.

Y ya era hora.

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