Donald Trump en su segundo mandato como Presidente de Estados Unidos ha regresado como lo que siempre fue: un espectáculo cruel. Con políticas que separan familias, hostigan a comunidades vulnerables y erosionan las libertades más elementales, su mandato no solo marca una regresión institucional: impone, además, un clima de miedo donde la crítica es vista como traición. En ese contexto, el regreso de South Park no es sólo entretenimiento: es un acto político.

En el episodio inaugural de su temporada 27, uno de los más audaces de la serie, Trump aparece en su habitación, tendido en la cama, envuelto en una escena íntima con el mismísimo Satanás, que se burla de los atributos del mandatario estadounidense y lo compara con su último ex novio. La escena, tan grotesca como deliberada, desmonta la figura del líder autoritario que se envuelve en patriotismo mientras utiliza el poder para blindarse del ridículo. Y lo logra con una precisión que no deja resquicio a la ambigüedad.

Pero la valentía no está sólo en el guion. Paramount, la misma empresa que años atrás censuró contenidos por temor a represalias legales, transmitió el episodio completo tras alcanzar un millonario acuerdo con los creadores de la serie. El mensaje fue claro: la sátira, aún bajo presión corporativa, puede —y debe— seguir incomodando. Y cuando la administración estadounidense condenó el episodio, Trey Parker respondió con la ironía que corta más que el grito: “We’re terribly sorry”. Una disculpa que no pide perdón: afirma soberanía creativa.

Este tipo de gestos resuenan más allá de las fronteras. En México, hemos sido testigos recientes de decisiones institucionales que preocupan: una ciudadana fue obligada a disculparse públicamente durante treinta días por una crítica incómoda; y a un periodista se le impuso por vía judicial el silencio frente a una figura de poder. Casos distintos, pero unidos por una misma sombra: la tentación de domesticar la palabra.

En contraste, la Presidenta Claudia Sheinbaum ofreció una frase que merece subrayarse: “El poder es humildad, no es soberbia”. Una afirmación que no sólo pone límite ético a la autoridad, sino que rehabilita el lugar del disenso como pilar democrático. Cuando la sátira es censurada, cuando la crítica se castiga, cuando el humor se ve como afrenta, el poder deja de parecerse a la república y empieza a imitar a la tiranía.

South Park no emite opiniones jurídicas ni busca el matiz político. Pero hace lo que muchos espacios han dejado de hacer: reírse del abusador, exponer la hipocresía, y recordarnos que cuando el poder deja de ser humilde, la sátira se vuelve una forma de justicia.

Y en esa justicia desvergonzada, tal vez haya más verdad que en mil ruedas de prensa.

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