Alejandro Velázquez

Olvidar está prohibido: el desafío de la memoria digital

Alejandro Velázquez
11/08/2025 |01:00
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El llamado “derecho al olvido” nació como una garantía para que las personas pudieran borrar información personal que, por irrelevante o descontextualizada, ya no debería permanecer en la esfera pública. Sin embargo, la realidad actual apunta a un escenario distinto: las legislaciones nacionales e internacionales avanzan hacia la conservación obligatoria de datos, públicos y privados, durante plazos cada vez más largos.

Se trata de registros como historiales de llamadas, ubicaciones, transacciones financieras, navegación en internet y metadatos de redes sociales. La justificación es legítima: prevenir delitos, fortalecer la seguridad nacional y combatir amenazas como el terrorismo o el cibercrimen. El reto está en que estas medidas, si no se acompañan de controles claros, pueden abrir la puerta a un sistema de vigilancia constante.

La literatura y el cine han explorado estos riesgos. Obras como 1984 de George Orwell muestran cómo la percepción de estar siempre bajo observación puede modificar comportamientos y limitar la libertad individual, incluso sin una supervisión activa permanente. Por supuesto, no vivimos en esa realidad, pero la reflexión sigue siendo útil: el equilibrio entre seguridad y privacidad no es automático, se construye con reglas claras, transparencia y mecanismos efectivos de supervisión.

Hoy, además, la recopilación de información no es exclusiva de los gobiernos. Empresas privadas, proveedores de servicios y plataformas digitales concentran volúmenes de datos que superan a los de muchas instituciones públicas. Esto añade una capa de complejidad: proteger la información no solo frente a abusos, sino también frente a filtraciones, usos indebidos o decisiones tomadas sin el consentimiento informado de las personas.

La paradoja es evidente: mientras en el plano jurídico se reconoce el derecho a que cierta información se elimine, otras normas exigen que se conserve por razones legítimas de interés público. Esta dualidad requiere una discusión constante sobre quién tiene acceso a los datos, con qué límites y bajo qué supervisión.

La clave está en fortalecer la gobernanza de la información: asegurar que las medidas de retención de datos cumplan con fines claros, plazos definidos y salvaguardas suficientes para evitar excesos. Un Estado moderno debe garantizar la seguridad, pero también proteger la confianza ciudadana en el manejo de su información.

Porque en la era digital, la memoria es más que un archivo: es un reflejo de quiénes somos y de cómo nos relacionamos. Protegerla no significa olvidarla, sino administrarla con responsabilidad.

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